El desafío de Sebastian colgó en el aire como el filo de una guillotina. La tensión, que por un momento había parecido canalizarse hacia el acto ritual de la votación, se reconvirtió en algo más visceral y personal. Ya no se trataba de papeles en una urna, sino de sangre en la arena. Todos los ojos estaban clavados en Olivia, quien permanecía de pie, erguida y serena, desafiando la expectativa colectiva de que se desmoronaría.
Alexander, que había tensado todos sus músculos para intervenir, se detuvo. Su instinto de protegerla chocó frontalmente con la certeza de que, en ese momento, cualquier movimiento por su parte sería la confirmación definitiva de las acusaciones de Charles. Contuvo el aliento, convirtiéndose en un espectador forzoso de la prueba de fuego de su esposa.
—Muy bien, Sebastian —dijo Olivia, y su voz no titubeó—. Parece que mis explicaciones durante la presentación no fueron suficientes para usted. Haré todo lo posible por ser más clara. —No esperó a que él formulara