Despierto de golpe en la cama. No está Mauricio conmigo, se ha levantado más temprano que de costumbre, volteo a ver la ventana y se ven los primeros rayos de luz pasar por las cortinas. No deben ser más de las 6 de la mañana.
Escuchó un golpe en la cocina y la voz alta de mi marido desde la sala. Parece molesto, muy molesto. Salgo enseguida para averiguar qué sucede. Aún estoy un poco sensible por lo de ayer, me siento receptiva.
Y ahí está Mau en la barra de la cocina, de traje, uno azul marino que lo hacía ver más bronceado. Y guapo. Tiene pegado el celular al oído, se ve preocupado y molesto.
-De acuerdo, lo perdido ya está. No importa, se repone. Habla con Max para eso, no quiero dejar descubierto el lugar, es importante, tanto que nos costó... Quiero saber cómo es que pasó, parecen novatos, ¡carajo! -interrumpe su hilo de ideas cuando me ve en la puerta-. Nos vemos, adiós.
De repente cuelga y azota el celular en la barra. Está enojado y alterado. Pocas veces lo he visto así, la última vez fue cuando hospitalizaron a su tío. En ese momento, don Enrique sufrió un infarto al corazón que lo dejó en cama durante dos semanas; el problema fue que cuando eso sucedió el señor estaba solo porque su gente de confianza se había ido a celebrar algo. Desde entonces, y después del griterío, don Enrique nunca está solo, le habían contratado una enfermera privada y a un cuerpo de seguridad.
Eso habrá pasado hace un año o más. Actualmente, don Enrique está más sano que yo. Ya tiene sus años, pero lo cierto es que su juventud en el campo le ha ayudado bastante a darle fortaleza.
-¿Ayer fue un día pesado, verdad Rambo? -dijo un tanto irónico Mau cuando me vio salir del cuarto.
-Ahhm, sí, pero no acabó tan mal. Me felicitó el jefe por mi reacción ante los disparos en el operativo, y la rápida reacción... No te pude platicar, me quedé dormida enseguida que me metí a la cama. Perdón por dejarte solo.
-No te preocupes... Por lo menos así ya no te dejará atrás el macho ese de tu compañero, ya vio a quién tiene de compañera...
-Evité que le dieran un disparo... Por eso me felicitó el comandante. Es parte del trabajo, pero se sintió bien el espaldarazo.
-Que el macho recuerde que son a ellos a los primeros que les disparan... –Dijo en tono más bajo, casi en un susurro.
-¿Cómo? -me sorprendió su respuesta, -no entiendo tu comentario.
-Perdón chiquita, es que aún sigo molesto con su actitud contigo. Me sorprende que lo hayas rescatado después que se ha portado tan mal contigo. Me parece un patán, -logró ver algo obscuro en su mirada, pero se va casi al momento y regresa el mismo brillo de siempre. Debe ser su mal humor lo que está afectando nuestra conversación.
-Tranquilo, es mi trabajo también cuidar las espaldas de mis compañeros, incluida la de Armando. Supongo que no es tan mala persona, ayer me agradeció también.
-Es lo que menos te mereces, un agradecimiento... –Voltea a ver su celular. –Perdón chiquita, pero me tengo que ir. Ayer fue un día duro para mí también, tengo que ver a don Enrique porque pasó algo en el nuevo hotel, parece ser que se robaron unas cosas y dejaron entrar a quienes no debían. Un desastre para la seguridad, espero que se resuelva pronto...
Claro, no le pregunté anoche por su día. No tenía cabeza.
-Ah, sí... Ojalá no tuvieras que ir. Extraño cuando no estás aquí...
-Lo sé amor, pero es necesario. Yo, más que nadie, lamenta esta situación...
Me miró fijamente y, como robot, se acercó a mí para darme un abrazo y un beso en la mejilla. Se me hizo raro su gesto, generalmente es más cariñoso.
Así de pronto agarró su maleta ya hecha, se dirigió a la puerta y se fue.