Don Emiliano, vestido con pijama de franela a cuadros azul, logra sonreír y sonrojarse a la vez cuando recuerda su juventud y a su mujer. Se rasca la barbilla, como suele hacer su hijo, al sentir aquella punzada en el corazón.
-No sé por qué nunca les contamos todo... Para que supieran la verdad, y no la sosa historia que contaban todos por todos lados. Tu mamá y yo nos conocimos de chamacos. Cuando teníamos como unos 15 años, mi papá y mi mamá nos llevaron a vivir a tu tía Azucena y a mí al mismo pueblito donde vivía tu mamá con su familia, en Guanajuato. Era mi vecina.
-Pensé que se habían conocido ya cuando estaba casada con Julio... –dice Armando extrañado e interesado en la historia.
-No’mbre, también conocí a Julio, éramos casi de la misma edad. Él era un poco más grande y tan soberbio a pesar de lo chamaco. Era la segunda generación con la textilera, ya cuando él no pudo por sus vicios, se la quedó el sobrino y creo que ahí siguen. Pero a tu mamá la conocí cuando estábamos por