Capítulo 4

Han pasado semanas y Armando no deja de tratarme como su secretaria. Solo me extiende hojas y hojas y hojas para agregar al expediente digital. Y sí, se necesita pero no estoy acostumbrada a quedarme quieta en un escritorio, no me he preparado tanto para ser un mueble más en la oficina.

Pero ya sé por qué se comporta así. Hace unos días, un colega me contó que su expareja de trabajo falleció en un mal montado y fallido operativo en Cuernavaca, contra una célula del cártel del Golfo. Durante la refriega, una bala perforó el chaleco y hasta ahí quedó el agente Juan Carlos Miranda, de 47 años.

Todo habría acabado ahí, pero no, ya que Armando descubrió unos días después que Juan Carlos había dado información a ese mismo cartel, por ello ya sabían que llegarían. Lo único que no contaba el agente es que les habían preparado una trampa en la que fallecieron a once elementos, incluido el soplón.

Eso pasó seis meses antes de mi contratación. Armando, con los antecedentes, no quería compartir con nadie que lo pusiera en riesgo, tanto a él y como a los demás. Sin embargo, el comandante Faros le dio un ultimátum: un nuevo compañero o ir a evaluación psiquiátrica (y unos días de vacaciones obligadas sin goce de sueldo).

Y como todo buen macho, se rindió.

No suena nada halagador. Es molesto, mucho. Estoy enojada con él y sus traumas. Trataré de hablar con él, sé que no podrá confiar de pronto en mí y en mi capacidad, pero no soy un mueble y se tiene que acostumbrar a trabajar con una compañera.

Después de la hora de comida, llega don patrón Armando León. Y yo, hecha una furia después de teclear más de 50 hojas de información.

-Buenas tardes Armando.

Me mira con el señor fruncido. Ya puede prever algo de lo que sigue por mi cara.

-Hola Carolina, ¿algo en lo que te pueda ayudar?

Estoy a punto de empezar con mi retahíla cuando llega el comandante.

-Equipo de León, se vienen con el equipo táctico a tarea de extracción. Los quiero uniformados en diez minutos en la puerta A de las garitas esperando transporte y al resto de la cuadrilla, todos bien protegidos. Vamos a La Lagunilla.

Se gira Armando hacia mí y me dicta, -Carolina, te quedas investigado sobre…

-¿No me escuchó agente León? Se van los dos a encabezar la movilización.

-Jefe, la agente Carolina es nueva y no quisiera...

-No le pedí una opinión ni le estoy dando una opción. Les quedan nueve minutos.

Con un gesto de clara molestia en el rostro, el comandante se gira y camina a paso pesado rumbo a su oficina donde se encierra. Armando refunfuña, dice algo en voz baja y me hace un gesto para que me vaya con él.

¡Por fin! Se escucha mal pero soy guerrera de campo aunque nadie lo crea por mi imagen. De estatura media, delgada, melena castaña, tez morena clara, ojos miel; me considero atractiva pero eso no importa en este trabajo, y tampoco me quita las ganas de salir a terreno. Es adrenalina pura. Fui de las mejores en Operaciones, me iba a quedar ahí inicialmente pero Mauricio me hizo ver que este reto sería más interesante por toda la acción que se vive (o que creía que habría, antes de convertirme en asistente, pff).

Salgo a los lockers, tomo mi equipo, armas y estoy lista en menos de cinco minutos (en Operaciones te enseñan a montar todo en cuestión de segundos). Llego incluso antes que Armando a la garita de salida y veo a mis excompañeros de grupo, muy buenos amigos todos. Se aprende a ser la espalda y los ojos de los otros, la vida del grupo se defiende en equipo, y eso incluye la mía.

De esa camarería se sorprende mi pareja, se le ve en el rostro a pesar del cigarro que le cuelga en la boca.

-Estás bajo mi cuidado por ser la nueva, necesito que me obedezcas en todo lo que te diga y cuando te lo diga. Sin chistar.

-Eso no es necesario, está mujercita arde cuando sale a la calle. -dice Gerardo Muñoz, un viejo lobo de mar quien me acompañó en operativos callejeros durante tres meses.

Armando solo lo mira y luego a mí, se le nota la desconfianza y descontento en los ojos. En silencio sube a la camioneta antes que todos

¡Qué carácter de hombre! Lo que menos necesito en el ambiente laboral es a un macho prehistórico que crea que estoy mejor detrás de un escritorio.

Entre mi frustración mental me apresuro para mandar un mensaje a Mau, solo por precaución.

"Voy para La Lagunilla. Operativo. Te amo"

"Te amo, Rambo", me contesta el mensaje. Sonrió, se disipa un poco mi enojo y guardo el celular en uno de los múltiples bolsillos del uniforme dónde también guardo mi placa, carnet, identificación, siento mi escuadra cargada en la espalda. Esa es la de respaldo, hasta la fecha no la he tenido que sacar gracias a Dios.

Subimos todos a la camioneta y arrancamos. Siento el estómago pequeño gracias a la adrenalina. Algunos bríos del anochecer aparecen a lo lejos, me siento inquieta. Hay algo que me empieza a dar comezón.

Tomamos el Eje vial, cerca de la colonia donde nos dirigimos. Algo está mal. A esta hora deberían estar los comercios abiertos y con mucha gente en las calles; y ahora muchos están cerrados o van jalando sus cortinas.

Damos vuelta en una calle, luego en otra. Vamos tan rápido que necesitamos aferrarnos al interior de la camioneta blindada para no caer de bruces contra los otros. Como podemos, nos colgamos las comunicaciones, y los radios cobran vida. Llegamos a una vivienda, por la fachada y sistema de videovigilancia parece ser una casa de seguridad. Está demasiado tranquilo aquí.

Empieza a anochecer. Cascos puestos.

Mi intuición.

Bajamos, los primeros jalan una tanqueta, los de atrás ya armados los cuidamos desde atrás y laterales. Armando se queda a mi lado derecho. Uno, dos, tres golpes. En cuanto tiramos la puerta, lo supe… Nos estaban esperando.

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