Sí, podría acostumbrarme a esto.
Estoy en la orilla de la alberca, con un bikini violeta a juego, nada revelador pero sí cómodo. En tanto, Manuel y Gerardo están chapoteando también y jugando con un balón, los dos parecen tan relajados.
A pesar de mis esfuerzos es difícil sacar plática a Manuel, solo he podido averiguar que es soltero, tiene 23 años, y tiene seis meses en la corporación. Le gusta el futbol (le va al club América, gusto que comparte con Gerardo) y prefiere el metal rock.
Llegan más bebidas a nuestras mesas con una orden de nachos y de papas a la francesa. Parecemos más niños de diez años que casi treintañeros. De pronto, Manuel recibe una llamada telefónica y se separa de nosotros que ya estamos comiendo, son cerca de las tres de la tarde.
-¿No te termina de convencer, verdad? –me dispara Gerardo de golpe, tras asegurarse que el mencionado está lo suficientemente alejado como para escucharnos.
-No me lo tomes a mal, solamente no lo conozco. Y no es fácil conocerlo.
-S