Angelo entró en la habitación donde Tazio estaba retenido desde hace algunos días. No era legal tenerlo allí, pero tampoco sería la primera vez que trabajaban por debajo de la ley. Solo tenían que asegurarse de que nadie lo descubriera.
Tazio estaba sentado en la única cama del cuarto, pero se puso de pie de un salto al verlo entrar. Su rostro estaba magullado —aun no era capaz de abrir uno de sus ojos por completo—, testimonio de los golpes que el padre de Angelo le había dado unos días atrás.
—Tengo algunas preguntas para ti —dijo Angelo, dejando las muletas a un lado. No iba a dejar que ese imbécil lo viera en silla de ruedas. Caminó cojeando hasta la única silla del lugar y se sentó en ella—. Puedes elegir no responderlas, pero será mucho peor para ti.
—¿Crees que te tengo miedo? —replicó Tazio con una calma forzada y una sonrisa arrogante.
—Supongo que no —dijo Angelo, encogiéndose de hombros—. Pero harías bien en tenerlo.
Angelo ya se había dado cuenta de que no tenía delante a