Lionetta se las ingenió para abrir la puerta con la bandeja de comida en las manos. Dio la orden para encender las luces y pronto la habitación se iluminó con suavidad. Al ver a Angelo, se dio cuenta de que él seguía dormido.
Se acercó en silencio y dejó la bandeja sobre el velador. Luego se sentó en la cama, junto a él, y lo observó dormir. Se veía relajado, sereno. Y así, dormido, casi podía imaginar que nada había cambiado. Por un instante, permitió que la ilusión la envolviera. Pero luego se obligó a aceptar la realidad, aun cuando era doloroso.
Tomó a Angelo del hombro y lo sacudió con suavidad, mientras lo llamaba por su nombre. Le daba pena despertarlo cuando era evidente que estaba descansando cómodamente, pero tenía que asegurarse de que comiera algo.
Angelo tardó un momento en abrir los ojos. Cuando lo hizo, su expresión estaba cargada de confusión. Parpadeó varias veces antes de mirarla fijamente.
Lionetta contuvo el aliento. Esperaba creer que el reconocimiento brillaría e