La camioneta se detuvo frente a una casa grande de dos plantas. Angelo la observó a través de las ventanillas sin reconocerla. Su padre se bajó del coche y se dirigió a la parte de atrás del auto.
—Esta es nuestra casa —dijo Lionetta, bajando del vehículo.
Antes de que ella pudiera rodear el auto para ayudarlo, él ya había abierto la puerta e intentaba bajar por su cuenta con torpeza. Con las costillas rotas y una pierna enyesada, su movilidad se veía limitada.
—Ten cuidado —lo reprendió Lionetta con suavidad, apresurándose a sujetarlo por la cintura para evitar que perdiera el equilibrio.
Angelo estuvo a punto de soltar un suspiro de fastidio.
—Puedo solo —refunfuñó. Aunque agradecía el gesto, odiaba sentirse inútil.
Resultaba humillante no poder ni caminar sin que alguien lo tratara como si fuera a romperse. Entendía la preocupación de Lionetta y de su familia, pero no era fácil aceptar que dependía de los demás cuando siempre había sido autosuficiente. Demonios, su trabajo consistí