Lena decidió que el día siguiente sería distinto. No lo dijo en voz alta —como si temiera que al pronunciarlo la promesa se desmoronara—, pero lo pensó con la determinación frágil de quien intenta recomponer una rutina que ya no encaja.
Café. Ducha caliente. Ropa cómoda.
Un día normal. Eso era todo lo que necesitaba.
Abrió la ventana para dejar entrar aire fresco. La calle aún no despertaba del todo: algunos autos dispersos, un ciclista solitario, el tintinear lejano de una botella contra el pavimento. Por un instante pensó que, si se concentraba en esos sonidos comunes, podría recuperar el equilibrio perdido.
Pero la sensación era extraña. Como si observara una escena conocida a través de un cristal ligeramente distorsionado. Nada había cambiado realmente, y aun así todo parecía desfasado, como si la realidad hubiese dado un paso en falso.
La cocina estaba tranquila. La luz gris de la mañana se extendía por el suelo en una franja oblicua. Encendió la cafetera y esperó el aroma que si