La noche había caído con una quietud espesa… pesada, casi. Era como si toda la ciudad estuviera conteniendo el aliento, esperando algo.Lena abrió la ventana del estudio buscando aire fresco, pero lo que entró no fue viento. Fue un olor. Suave, dulce, completamente fuera de lugar.Jazmín.Se quedó quieta, con la mano apoyada en el marco, escuchando los ruidos apagados de la calle.El olor no tenía sentido. No había jardines cercanos ni plantas en flor.Aun así, flotaba allí, suave y persistente, como si alguien lo hubiera dejado para ella, como una señal oculta entre las sombras.La luz del pasillo caía oblicua sobre la mesa de trabajo, revelando el desorden habitual: sobres sin abrir, recibos arrugados, un cuaderno negro de tapas duras.La libreta.Hacía meses que no la tocaba. Había decidido dejar de escribir cuando comprendió que las palabras solo servían para remover cosas que no quería recordar.Y, sin embargo, esa noche algo la empujó hacia ella.No fue una decisión consciente,
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