Inicio / Romance / Amor en Código / Capítulo 3: Bajo el pulso del jazmín
Capítulo 3: Bajo el pulso del jazmín

La noche había caído con una quietud espesa… pesada, casi. Era como si toda la ciudad estuviera conteniendo el aliento, esperando algo.

Lena abrió la ventana del estudio buscando aire fresco, pero lo que entró no fue viento. Fue un olor. Suave, dulce, completamente fuera de lugar.

Jazmín.

Se quedó quieta, con la mano apoyada en el marco, escuchando los ruidos apagados de la calle.

El olor no tenía sentido. No había jardines cercanos ni plantas en flor.

Aun así, flotaba allí, suave y persistente, como si alguien lo hubiera dejado para ella, como una señal oculta entre las sombras.

La luz del pasillo caía oblicua sobre la mesa de trabajo, revelando el desorden habitual: sobres sin abrir, recibos arrugados, un cuaderno negro de t***s duras.

La libreta.

Hacía meses que no la tocaba. Había decidido dejar de escribir cuando comprendió que las palabras solo servían para remover cosas que no quería recordar.

Y, sin embargo, esa noche algo la empujó hacia ella.

No fue una decisión consciente, sino una especie de impulso silencioso, una corriente que la arrastraba desde dentro.

La tomó entre las manos; el tacto de la cubierta era frío, casi ajeno.

La abrió en una página en blanco.

El bolígrafo tardó unos segundos en responder.

Al principio solo trazó líneas quebradas, como si también él hubiese estado dormido demasiado tiempo.

Luego la tinta fluyó, obediente.

Sin pensar, escribió una sola frase:

«Te he soñado otra vez.»

La miró fijamente.

El corazón comenzó a golpearle el pecho con una fuerza extraña.

No había nombre, ni fecha, ni destinatario.

Pero la frase había caído sobre el papel con la certeza de algo que ya existía antes de ser escrito.

El silencio cambió.

No fue un sonido, sino una sensación: el aire se volvió más denso, más cálido. Como si alguien estuviera justo detrás de ella.

No era miedo; era otra cosa.

Algo íntimo. Insoportable por lo cierto.

Cerró los ojos.

Apoyó la palma sobre la página.

Y lo sintió.

Un pulso leve, escondido bajo la tinta.

Como si otra mano —lejana, familiar— hubiese escrito junto a la suya.

Los abrió de golpe.

Estaba sola.

Durante unos segundos no supo moverse.

Después cerró la libreta de golpe y la apretó contra el pecho, como si eso bastara para contener… lo que fuera que había despertado.

El jazmín seguía ahí, llenando la habitación de una calma que no era del todo tranquila.

No pudo dormir.

Se tendió en la cama con la libreta encima, escuchando la respiración pareja de Javier en la otra habitación. Cada vez que apagaba la lámpara, la oscuridad se llenaba de ecos: pasos que no existían, voces que no alcanzaba a entender, el perfume imposible que regresaba como una marea silenciosa.

Cerraba los ojos y veía destellos —fragmentos de imágenes sin forma precisa: una playa oscura, una mano extendida, el borde de un manto blanco agitándose al viento.

Cada vez que intentaba aferrarse a alguno, se desvanecía, como si el sueño la esperara a medio camino pero se negara a revelarse por completo.

¿Qué estás recordando, Lena?

La madrugada se alargó en un desvelo sin nombre.

Cuando finalmente se quedó dormida, fue un sueño inquieto y breve.

Se despertó antes del amanecer, con la sensación de que alguien la había llamado desde muy lejos.

El cielo tenía el color incierto de las horas que no pertenecen ni a la noche ni al día.

Lena se vistió sin mirar demasiado lo que elegía.

Necesitaba moverse.

Hacer algo que mantuviera su mente ocupada.

El departamento aún estaba en silencio.

Javier seguía dormido; el reloj marcaba 6:45.

Tomó su abrigo, la libreta —sin saber por qué— y salió a la calle.

Caminó sin rumbo fijo durante algunos minutos, como si sus pies conocieran el camino antes que ella.

Las calles aún guardaban restos de la noche: charcos que reflejaban las primeras luces, faroles que parpadeaban con lentitud y el eco lejano de una ciudad que apenas despertaba.

A cada paso, la sensación persistía —ese pulso extraño, obstinado, que no la soltaba.

En la estación de metro, la multitud matinal comenzaba a formarse: oficinistas somnolientos, estudiantes con audífonos, vendedores acomodando sus canastas.

Todo se mezclaba en un murmullo continuo que parecía venir de las paredes mismas.

Lena descendió las escaleras lentamente, arrastrada por el flujo de cuerpos.

El olor a concreto húmedo y electricidad vieja era familiar.

Las luces fluorescentes parpadeaban en intervalos irregulares.

Nada debía ser distinto.

Y, sin embargo, algo había cambiado.

El murmullo de la estación parecía atenuarse a su alrededor, como si una campana de cristal la separara del resto.

Sus pasos resonaban distintos.

La libreta pesaba en su bolso más de lo normal, como si guardara algo vivo.

Fue entonces cuando lo sintió.

Un latido.

No suyo.

Ajeno.

Antiguo.

Giró la cabeza.

Entre la corriente humana, una figura permanecía inmóvil, a contracorriente.

Alta. Abrigo oscuro.

El cabello revuelto por un viento que no existía allí abajo.

No distinguía su rostro, pero algo en su postura —firme, expectante— la golpeó como un recuerdo olvidado que regresa de improviso.

Durante un segundo, la estación desapareció.

Todo se redujo a ese instante suspendido entre la multitud, el olor a jazmín y el pulso extraño que parecía llamarla por su nombre sin pronunciarlo.

El tren llegó con un rugido metálico.

Humo. Luces. Empujones.

Un instante.

Cuando el aire se despejó, la figura ya no estaba.

Lena subió al vagón arrastrada por la marea de cuerpos, sin sentir realmente sus propios movimientos.

A través de la ventana empañada, la estación se volvió un borrón gris.

Apoyó la frente en el cristal frío.

Cerró los ojos.

El jazmín volvió.

Suave. Persistente.

Como una promesa que no terminaba de pronunciarse.

La vibración del tren le recorrió el cuerpo como un eco interno.

A cada sacudida, algo en su interior parecía responder, como si otra fuerza, oculta y antigua, despertara lentamente.

No era miedo.

Tampoco consuelo.

Era algo más hondo.

Reconocimiento.

El tren avanzaba bajo la ciudad, y ella tenía la certeza inexplicable de que algo —invisible pero real— se había puesto en marcha mucho antes de que abriera los ojos.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP