Había algo distinto en el aire. No una amenaza concreta, pero tampoco una calma confiable. Una vibración silenciosa que Lena percibió apenas cruzó la puerta del edificio. Todo estaba en su sitio, sí; las sillas alineadas, las pantallas dormidas en su resplandor azul, los mismos pasos monótonos en los pasillos. Pero no era el mismo lugar. Era como si alguien hubiera movido la realidad un milímetro a la izquierda. Lo suficiente para que nada encajara del todo.
Ana no fue a trabajar ese día. Nadie la mencionó, como si hubiese desaparecido de la memoria colectiva. Javier, por su parte, estaba más raro que de costumbre: callado hasta el límite de lo incómodo, esquivando su mirada como si temiera encontrarse reflejado en ella. A media mañana, Lena lo sorprendió observándola en el reflejo brillante de la cafetera. Cuando giró para encararlo, él ya fingía revisar papeles, pero sus manos temblaban. Parecía tener algo atrapado en el pecho. Algo que también quería salir.
Para cuando regresó a su