El sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo de Costa Serena con una explosión de naranjas, rosas y púrpuras. La brisa marina acariciaba las palmeras y el sonido rítmico de las olas era la única música que existía. En la cala privada de la casa de Gabriel, la arena blanca y el mar tranquilo creaban un escenario de ensueño.
Elías llevó a Valeria de la mano hasta la orilla, donde el agua tibia lamía sus pies descalzos. El corazón le latía con fuerza. Esta vez, nada la interrumpiría.
—¿Recuerdas lo que dije esta mañana? —comenzó, su voz un poco más grave de lo usual por la emoción contenida.
Valeria sonrió, avergonzada pero feliz.
—¿Que arruiné tu momento?Lo siento, fue… instintivo.
—No —negó él, llevando sus manos a sus labios para besarlas—. Fue perfecto. Porque me mostró que no necesitabas grandilocuencias. Pero yo… yo sí necesito decírtelo. Necesito que escuches, con el sonido del mar de testigo, todo lo que siento por ti.
La tomó de la cintura y la guió suavemente hasta un l