El coche de Valeria y Mauricio se detuvo frente a la acogedora casa de Gabriel en Costa Serena. El aire marino era un bálsamo después de la opresiva atmósfera de Brévena. Gabriel los recibió en la puerta con una sonrisa amplia, y los llevó directamente a la terraza con vista al mar.
—Tenemos noticias —anunció Valeria, incapaz de contener su alivio—. Mauricio descubrió por qué su padre insistía tanto en la boda.
Le contaron sobre el testamento de los abuelos maternos. Gabriel escuchó, y una sonrisa de genuino alivio se dibujó en su rostro.
—¡Es increíble! Un problema menos. Eso les quita una presión enorme.
Pero Mauricio, siempre observador, notó algo bajo la felicidad de su prometido.
—¿Estás bien, Gabi? Pareces… pensativo.
Gabriel se recostó contra el hombro de Mauricio, buscando consuelo.
—Estuve investigando por mi cuenta —confesó en voz baja—. El accidente de mis padres. —Se levantó, fue a su escritorio y regresó con una carpeta—. Encontré un detalle en el informe mecánico que n