El vapor de la ducha envolvía los cuerpos entrelazados de Gabriel y Mauricio en una nube cálida e íntima. Gotas de agua resbalaban por sus espaldas mientras se exploraban con manos que conocían cada centímetro, pero que siempre encontraban algo nuevo. No era solo limpieza; era un ritual de reencuentro, de lavar las tensiones del día.
Mauricio presionó a Gabriel contra la pared fría de azulejos, capturando sus labios en un beso profundo que sabía a sal y a verdad.
—Te extrañé —susurró Gabriel entre besos, sus dedos enredándose en el cabello mojado de Mauricio.
—Yo más a ti —respondió Mauricio, sus manos bajando por la espalda de Gabriel con una posesividad tierna—. Cada día lejos de ti es un día perdido.
El agua caliente caía sobre ellos como una bendición, enmarcando sus cuerpos en un cuadro de deseos cumplidos y amor refugiado. No había prisa, solo la certeza de que este momento, esta intimidad robada a un mundo hostil, era su verdadero tesoro.
Después, acostados en la cama