La puerta de la habitación de Valeria se cerró con un golpe sordo. El eco del enfrentamiento con su padre aún resonaba en sus oídos, mezclado con el zumbido de la angustia. Ya no podía más. Las lágrimas que había contenido con furia en el despacho brotaron en un torrente silencioso y devastador. Se desplomó contra la puerta, hundiendo el rostro en sus manos, y dejó que el llanto sacudiera su cuerpo. No solo lloraba por la humillación o la amenaza, sino por el peso insoportable de la mentira y la traición que ahora habitaba bajo su propio techo.
Cuando no quedaban más lágrimas, se arrastró hasta la cama y tomó su teléfono con manos temblorosas. Necesitaba oírlo. Necesitaba su voz. Le escribió a Elías, un torrente de mensajes desgarrados contándole todo: la confrontación, el "pacto", la amenaza velada, y la explosión sobre Gloria.
La respuesta de Elías no fue inmediata. Cuando llegó, su tono era sorprendentemente calmado, una roca en medio de su tormenta.
> Elías:Cálmate, mi amor. Respi