El silencio de su habitación se volvió opresivo. Valeria sabía que no podía permitirse el lujo de aislarse. Cada minuto de distancia podía ser interpretado como un desafío. Con el corazón aún pesado por la humillación y la rabia, se obligó a salir. Su objetivo: encontrar a su padre y, de paso, enfrentar brevemente a la serpiente en su nueva madriguera.
Lo encontró en la habitación principal, ahora irreconocible con los toques de Gloria. Esteban estaba de pie junto a la cama, donde Gloria reposaba con una sonrisa de triunfo disfrazada de serenidad.
—Padre —dijo Valeria, con una voz que logró modular para sonar sumisa—. Gloria.
Esteban se volvió, su expresión era expectante, probatoria.
—Vine a… disculparme por mi comportamiento anterior —continuó Valeria, bajando la mirada en un gesto estudiado de contrición—. Estaba sorprendida, pero no justifica mi falta de respeto. Los… felicito a ambos por la noticia.
Gloria hizo su mejor papel. Extendió una mano hacia Valeria, con una dulzur