La copa de vino tinto giraba entre los dedos largos y cuidados de Gloria, captando la luz tenue del restaurante. Sus ojos, sin embargo, no se despegaban de Esteban, quien la observaba desde el otro lado de la mesa con una mezcla de deseo y creciente interés.
—No eres como las otras, Gloria —comentó él, su voz un susurro ronco—. Tienes… una mente brillante. Es excitante.
Ella sonrió, un gesto lento y cargado de promesas.
—Solo sé ver lo que otros pasan por alto, Esteban. Y justo ahora, no puedo evitar ver la nube negra que se cierne sobre ti. —Dejó la copa y se inclinó, bajando la voz a un tono íntimo y confidencial—. Ese hombre, Elías Montenegro… no es lo que parece.
Esteban arqueó una ceja, intrigado pero aún escéptico. —¿Otro enólogo ambicioso? Los hay a montones.
—No. —La negativa de Gloria fue tajante. Su mirada se volvió dura—. Esto es personal. He trabajado cerca de él y lo he visto. Su obsesión por destruirte es… enfermiza. —Hizo una pausa dramática, dejando que la palabra "en