La puerta se cerró tras ellos, sumiéndolos en una penumbra fresca y cargada del aroma embriagador del vino añejo. La fachada de Elías se desmoronó al instante. Ya no estaban siendo observados.
Con un gruñido de desesperación, la empujó contra las frías barricas de roble, encerrándola entre sus brazos. Su boca encontró la suya en un beso que no era de amor, sino de rabia, de dolor, de posesividad celosa.
—¿Te vas a casar, Valeria? —preguntó, sus labios rozando los de ella entre beso y beso, su voz un ronco susurro cargado de angustia—. No lo hagas. Por favor, no lo hagas.
Ella lo empujó, intentando ser fuerte, pero un sollozo traicionero escapó de su garganta. —Elías…
—No puedo dejar de pensar en ti —confesó él, enterrando su rostro en su cuello, inhalando su esencia como un hombre envenenado—. Me he vuelto loco por ti. Estas semanas han sido un infierno.
Valeria respiraba entrecortadamente, su cuerpo traicionándola. Sabía que él era un mentiroso. Sabía que ocultaba cosas terribles. Pe