La puerta de la bodega se abrió de golpe antes de que Elías o Valeria pudieran recomponerse del todo. Esteban estaba en el marco, su rostro una máscara de fría furia. Sus ojos barrieron la escena: a su hija con el cabello desordenado y las mejillas sonrojadas, al intruso con la camisa mal abrochada y la respiración aún agitada. El aire olía a sexo y a traición.
 —Parece que la visita profesional fue… intensa —dijo Esteban, cada palabra cargada de hielo.
 —No me casaré con Mauricio, padre. Punto —declaró Valeria, cruzando los brazos con un desafío que le temblaba ligeramente.
 Esteban la ignoró por completo. Su mirada, cargada de desprecio y una sospecha que iba más allá de lo evidente, se clavó en Elías.
 —Usted… me recuerda a alguien. Y no me gusta —escupió.
 —Solo estamos aquí por los viñedos, señor Brévenor —respondió Elías, forzando su voz a una neutralidad que le costaba sangre.
 —Claro. Por el dulce viñedo de mi hija… —la sonrisa de Esteban fue un relámpago cruel. —Está comprome