Gloria estaba sentada en una silla, lejos del epicentro del caos, pero lo suficientemente cerca para verlo todo. Su respiración era un fuelle roto, las manos le temblaban incontrolablemente. El estruendo de la explosión aún retumbaba en sus oídos, mezclado con las sirenas que ahora llenaban la noche.
Ricardo es un monstruo, pensó, el pánico cerrándole la garganta. Una explosión... Él mató a Gabriel. Y ella había ayudado. Su mensaje, su complicidad silenciosa, había llevado a Gabriel a esa trampa. Un nuevo pinchazo, esta vez agudo y bajo en su vientre, la hizo doblarse ligeramente. Su bebé, como si sintiera el terror de su madre, se movía inquieto.
Levantó la vista justo a tiempo para ver a Elías siendo sacado, esposado, la mirada vacía. Una satisfacción amarga y débil se encendió en ella. Bien. Al menos él pagará por algo. Pero la punzada de culpa regresó, más honda. Quería venganza, sí, verlos caer, humillados... pero no muertos. Nunca eso.
Luego vio la camilla. Gabriel estaba