LA gala en Brévenor era un caleidoscopio de risas forzadas y copas relucientes, pero para Gabriel, cada sonido era un martillazo en sus sienes. La revelación sobre Mario Dume y la complicidad de Esteban en el accidente de sus padres lo tenía al borde del abismo. Caminaba junto a Mauricio, su brazo rígido bajo el de su esposo, quien no cesaba de susurrarle al oído: "Tranquilo, mi amor. Aquí no es el lugar. Lo hablaremos en casa. Respira."
Pero Gabriel no podía respirar. Cada fibra de su ser le gritaba que confrontara al hombre que había destruido su familia. Sus ojos, nublados por la rabia y el dolor, se clavaron en Esteban, quien, al otro lado del salón, recibía las felicitaciones de un grupo de socios.
—No puedo, Mauricio —murmuró Gabriel, con la voz tensa como un hilo a punto de romperse—. No puedo verlo ahí, fingiendo normalidad.
Antes de que Mauricio pudiera detenerlo, Gabriel hizo una seña a un camarero que pasaba con una bandeja. —Dile al señor Esteban que necesito hablar