Perspectiva.
El amanecer en la ciudad era un ruido lejano cuando Alexander Roth llegó a Roth & Co. El cielo aún estaba cubierto por nubes bajas, y el vidrio del edificio reflejaba el gris metálico del día. Entró sin saludar a nadie, con ese paso medido y silencioso que parecía cortar el aire.
A simple vista, era el mismo de siempre: impecable, puntual, inquebrantable. Pero debajo de esa calma había algo distinto. Algo que ni él mismo quería nombrar.
Valentina Vega.
El nombre se repetía en su mente como una línea de código imposible de eliminar. Cada vez que intentaba concentrarse en los informes, la veía. No físicamente, sino en los gestos, en la forma en que los empleados pronunciaban su nombre, en los correos que pasaban por su pantalla.
La había observado más de lo que debía. No era un hombre que se dejara distraer, pero con ella era diferente. Había algo en la forma en que respiraba frente a un error, en la manera en que su voz temblaba apenas al responderle. No era incompetencia, era vulnerab