Bajo Control.
El amanecer encontró a Alexander despierto antes que el resto de la ciudad. No había dormido. El recuerdo de ella, de Valentina riendo frente a otro hombre, le había clavado una espina en el pecho que no podía arrancar.
No sabía quién era él, ni quería saberlo. Lo que lo enloquecía no era la escena, sino lo que ella había hecho con solo sonreír: lo había desarmado.
Intentó concentrarse en los informes sobre el escritorio, en los números precisos que siempre lo habían mantenido a salvo de cualquier emoción.
Pero cada vez que cerraba los ojos, veía la forma en que Valentina inclinaba la cabeza cuando escuchaba algo que la hacía reír. Esa risa lo había perseguido toda la noche.
Cuando llegó a la oficina, el silencio era limpio, estéril, casi agradable. Hasta que la vio cruzar la puerta. Valentina caminaba con paso firme, el cabello suelto cayéndole sobre los hombros, y ese abrigo claro que dejaba entrever la silueta que Alexander ya conocía demasiado bien, aunque jamás la hubiera tocado.