Primera cita. 2
Descolgó el vestido color morado intenso de seda y bajó el cierre invisible que recorría la espalda, se lo colocó con cuidado, dejando que la tela suave acariciara su piel, y acomodó los finos tirantes sobre sus hombros mientras arreglaba el vertiginoso escote en forma de corazón que enmarcaba su pecho. Por su cuenta subió el cierre, ajustando la prenda a su silueta con precisión, luego, con delicadeza, acomodó la raja lateral de la pierna izquierda, una abertura atrevida que alcanzaba hasta la mitad del muslo, el vestido, aunque más largo que los que solía usar, llegando por debajo de la rodilla, jugaba con una ilusión entre la elegancia y la sensualidad que la hacía sentir poderosa.
Rebuscando entre una de las cajas que aún no había abierto desde la mudanza, encontró otra caja más pequeña con un par de zapatos que nunca había tenido ocasión de usar, eran perfectos, cerrados en la parte delantera, ligeramente puntiagudos, sostenidos por una cinta plateada con pequeños cristales que e