Lunes cualquiera. 2

Por más que quisiera restarle importancia, la idea se quedó allí, clavada en su mente, por ética, le parecía que una relación con Owen sería lo más profano que podría hacer, lo había tenido como una figura paterna y, además, había sido su suegro. Los separaba una década de diferencia, pero dentro de ese conflicto moral también comenzó a considerar todo lo bueno que Owen tenía; su madurez, su caballerosidad, la seguridad con la que actuaba y la manera sincera en que la cuidaba y eso, por más que intentara negarlo, la hacía sentir especial.

— ¡Edneris, te estoy hablando! — Alice la tomó del brazo y Edneris ni siquiera se dio cuenta en qué momento había llegado a su lado.

— ¿Qué pasó? No te escuché nada, perdón. — respondió, aún algo distraída, miró a su alrededor y se dio cuenta de que se había pasado de su aula.

— Te venía preguntando hacia dónde ibas, pero no me respondías nada, ibas ida. — dijo Alice mientras la tomaba de la mano para llevarla de regreso al aula.

— Iba pensando en todo lo que ha pasado y creo que me estoy metiendo en graves problemas. — se detuvo y sacó su reloj de bolsillo, aún tenían veinte minutos antes de que comenzaran las clases.

— ¿Qué pasó? — Alice frunció el ceño, preocupada — Me dijiste que te fuiste con tu suegro a su casa ¿Te hizo algo? — pregunto.

— No, no, nada de eso, Owen es un caballero y hasta el momento me ha protegido de Isaac, el bastardo quiso robarme los libros de medicina y sé que fue Owen quien los recuperó, aunque no me lo ha dicho directamente. — la guio hacia un costado del pasillo para no estorbar.

— ¡Qué perro muerto de hambre! — exclamó Alice, visiblemente molesta.

— Mis problemas no tienen que ver con él en ese sentido, tienen que ver con sentimientos encontrados. — murmuró, necesitaba que alguien le dijera que estaba loca, que estaba malinterpretando las cosas.

— Cuenta, que yo te escucho. — dijo Alice, cruzándose de brazos, ahora tomándose todo con más seriedad.

Edneris comenzó a contarle todo, desde la noche en el club hasta esa misma mañana en la que Owen la había dejado frente a la universidad, con Alice no se guardó ningún detalle, ni siquiera el de la deuda económica que tenía con él por haberla sacado del lugar, la expresión de su amiga cambió gradualmente; de una preocupación genuina a una sonrisa amplia, con un brillo en los ojos que dejaba en claro que también pensaba lo mismo que Edneris, aunque no lo dijera aún.

— No sé qué pensar... — continuó Edneris, recostándose contra la pared — Siento que estoy confundiendo las cosas, estaba considerando irme de su casa porque no quiero perder su amistad por culpa de mi mala cabeza y si lo hago, me quedaría sin hogar, sé que suena injusto y abusivo de mi parte, pero de verdad, no tengo a dónde más ir a refugiarme. — bajo la mirada.

— Edneris, tú ya no eres una niña y creciste en un club nocturno, sabes perfectamente cuándo un hombre te tiene hambre, te has aprovechado de eso muchas veces para sacar mejores propinas, igual que yo, igual que todos los que trabajamos ahí. — comentó Alice, metiendo las manos en los bolsillos delanteros de su uniforme de enfermera.

— Lo último que haría sería aprovecharme de Owen, me siento fatal quedándome en su casa gratis. — dijo Edneris, bajando la cabeza, pensando que su amiga la estaba juzgando mal.

— No estoy diciendo que te estés aprovechando de él... — aclaró Alice — A lo que me refiero es que te estás haciendo la tonta, porque sabes muy bien que Owen te tiene hambre y eso no es de ahora, querida, eso viene desde hace un año y tú también le tienes hambre a él. — ante esas palabras, Edneris levantó la cabeza para mirarla, con los ojos bien abiertos.

— ¡Qué cosas estás diciendo, yo no le tengo ganas, fue mi suegro! — exclamó con una reacción exagerada, como si al decirlo en voz alta fuera a convencerse a sí misma.

— Sí ha sido tu suegro, pero estás hablando conmigo, Edneris, y a mí no me puedes engañar. — Alice se cruzó de brazos, manteniendo una sonrisa confiada.

— ¿Dónde quedaría mi ética si me dejara caer en ese tipo de sentimientos? — bajó la cabeza, abrumada por sus propias dudas.

— ¿Qué ética, mujer? Él es un hombre de negocios y tú una estudiante, los dos son solteros, háblame de ética si él fuera tu profesor o un paciente de psicología... — Alice resopló con incredulidad — Estás muy desubicada. — negó con la cabeza.

— Lo que intento decir es que, en algún momento, fuimos familia política. — replicó Edneris con voz queda, no lo quería aceptar.

— Isaac y tú fueron novios un año y medio, el pendejo te puso los cuernos con tu hermana ¡En tu propia cama! ¿Crees que a él le importó esa misma ética que tú ahora intentas preservar? — dio un pisotón al suelo, molesta.

— Sé que no le importó, pero sigue siendo su padre. — ese último argumento la tocó profundamente.

— Estoy segurísima de que le ardería el sin esquinas verte convertida en su madrastra... — le tomó el mentón con suavidad, obligándola a alzar el rostro — Sé que te dolió lo de Isaac, pero también sé que Owen te gustaba desde hace mucho, cada vez que hablábamos de él, te ponías celosa y no lo niegues, que era muy obvio. — le dio un toquecito con el dedo en la punta de la nariz.

— No sé qué hacer. — susurró Edneris, perdida entre el corazón y la razón.

— No hagas nada... — respondió Alice con ternura — Deja que el tiempo marche y que sea él quien te muestre el caminito que debes seguir. — esperaba que su amiga la entendiera.

— Gracias por ayudarme. — apoyó el mentón sobre el hombro de su amiga, devolviendo el abrazo.

— Para eso estamos las amigas. — rio Alice, moviéndola de un lado a otro con cariño.

— Hay que entrar al aula antes de que toquen el timbre y el profesor nos deje afuera. — confesar todo lo que sentía le había aligerado el alma.

Lo había negado una y otra vez, pero al final todo había sido en vano, sus amigos ya se habían dado cuenta de que le gustaba Owen, incluso recordaba con claridad aquellas bromas que hizo en los primeros meses de su relación con Isaac, cuando decía que el padre estaba mejor que el hijo. Entonces le pareció un chiste, pero ahora se daba cuenta de que no era tan mentira, se enamoró del hijo, sí, pero la potencia del padre era un nivel completamente diferente, quizás era eso lo que más la asustaba, le aterraba no ser suficiente para un hombre como Owen y ese miedo la hacía negarlo todo, porque, en el fondo, temía no haberlo conquistado realmente.

Ya dentro del aula, trató de enfocar toda su atención en la clase, pero a mitad de la explicación el celular vibró, era un mensaje de Owen preguntándole cuál de dos relojes de bolsillo le parecía más bonito, sabía bastante del tema porque usaba uno desde que empezó la carrera. Le escribió de vuelta pidiendo más detalles y él le dijo que era un regalo para una amiga, le mostró dos opciones; uno de acero dorado, con grabado de palmas en la tapa, el otro, de acero negro, con un diseño de El extraño mundo de Jack, donde Jack tomaba la mano de Sally en la clásica colina curva, por gusto personal, escogió el segundo; más personalizado y encantador, imaginó que, si Owen mandaba hacer ese diseño, era porque a su amiga le gustaba, él le agradeció con un emoji lanzando un beso.

Durante el cambio de clases, notó algo extraño, Isaac no había llegado, lo supo cuando dos compañeros se le acercaron a preguntar por él, les dijo que ya no eran pareja y que no sabía nada, se sorprendieron, pero no insistieron. Pasaron más clases tras un pequeño descanso y aún le quedaba una sesión después del almuerzo, por suerte, solo duraba una hora, en la cafetería no se topó con Cloe, lo cual fue un alivio, no quería la compasión de su hermana, además, se sintió desconectada de la conversación con sus dos amigos, su cabeza seguía atrapada en lo mismo.

Edneris era de las que repensaba todo con detalle, especialmente cuando las decisiones podían tener repercusiones severas ¿Qué pensarían quienes la conocían si llegaba a algo con Owen? ¿Que lo hacía por venganza contra Isaac? ¿Que era una oportunista? ¿Y Owen? ¿Qué pensaría él? ¿La tomaría en serio o solo como un desliz? ¿Alguien con quien entretenerse un rato? Las dudas, una vez más, la apretaron por dentro.

La jornada de clases terminó a las dos de la tarde en punto, pero antes de que concluyera, Owen le había enviado un mensaje preguntándole a qué hora saldría, Edneris respondió sin rodeos y, en tono de broma, se atrevió a preguntarle si pensaba ir a recogerla, aunque ya sabía que él estaba en el trabajo, como respuesta solo recibió emojis de risa, hasta que casi le da un paro cardíaco al ver a Jake esperándola fuera de la universidad, recostado con naturalidad sobre la puerta de la limosina que Owen usaba ocasionalmente para moverse por la ciudad.

— Señorita enfermera. — saludó Jake con una sonrisa mientras le abría la puerta trasera, invitándola a subir.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó Edneris, mirando a su alrededor, algunos estudiantes la observaban con curiosidad y varias chicas cuchicheaban, visiblemente cargadas de envidia.

— El señor Thompson me mandó a recogerte, dijo que aún no te sabes el camino de regreso y que, mientras lo aprendes, yo estaré viniendo por ti. — explicó Jake, con la confianza suficiente como para tutearla.

— Nos vemos mañana, Ed. — se despidió Alice, que caminaba junto a ella, su hermano también había llegado a recogerla.

— Hasta mañana. — respondió Edneris, acelerando el paso para subir a la limosina y dejar de ser el centro de atención.

— ¿Te incomoda que haya venido? — preguntó Jake una vez dentro del auto.

— No, para nada, no me incomoda que hayas venido tú, pero sí un poquito que trajeras la limusina. — admitió, abrazando su mochila contra las piernas.

— Le dije al señor Thompson que te iba a incomodar, pero fue insistente con esto. — Jake rio mientras ponía el vehículo en marcha.

— Siempre le gusta hacer lo que se le da la gana. — sonrió, resignada, acomodando mejor la mochila sobre sus piernas.

El viaje fue relativamente tranquilo, solo amenizado por la música de jazz suave que Jake solía escuchar, al llegar a casa, Edneris se despidió de él con una sonrisa amable y entró usando su propio juego de llaves, el mismo que había recibido el día anterior, al cruzar la puerta, la invadió un profundo silencio, desde el recibidor, se detuvo a observar el entorno, ese gran espacio abierto, moderno, silencioso, que ahora también era suyo.

Bajó directamente a su habitación para cambiarse, se puso un short cómodo y una camiseta holgada, soltó su cabello del moño que lo mantenía tirante, dejándolo caer suelto sobre los hombros para que se ventilara, se quitó las sandalias de andar por casa, las dejó a un lado, y subió descalza con su mochila al hombro y su laptop bajo el brazo, tenía tareas que hacer, pero antes de eso, decidió encargarse de la limpieza de toda la casa.

Comenzó con la aspiradora en la sala, luego pasó al cuarto de Owen, donde fue muy cuidadosa, respetando cada objeto sobre el escritorio, después, la cocina, terminó la planta superior y bajó al estudio, completamente alfombrado, donde tuvo especial cuidado al mover los libros y los papeles, finalmente, aspiró su propia habitación, el pasillo, el cuarto de baño y terminó en el pequeño cuarto de lavado que se encontraba separado, en una esquina del nivel inferior. La casa quedó impecable, pero mientras el ambiente se llenaba del leve olor a limpio, su mente seguía igual de revuelta que antes.

No sabía si era parte de su formación como enfermera o simplemente esa pequeña manía que tenía por mantener todo en su sitio original, pero Edneris se tomaba muy en serio el orden y la limpieza, esa meticulosidad la guiaba incluso en los detalles más mínimos. Limpió el baño del nivel inferior antes de subir al baño personal de Owen, donde sí encontró más trabajo, los artículos de aseo estaban desordenados sobre el mueble del lavabo y eso fue suficiente para que se activara en ella un impulso casi automático de poner cada cosa en su lugar.

Organizó los perfumes en una esquina, justo al lado del desodorante y alineó los productos para el cabello, antes de colocarlos, se permitió el atrevimiento de oler cada uno, cada fragancia tenía algo que la atrapaba, notas de maderas intensas, algunos matices florales e incluso toques cítricos que daban frescura. Guardó también una caja de afeitadoras que Owen había dejado afuera y sin querer encontró unos pequeños paquetes de preservativos, no se escandalizó, al contrario, le pareció un reflejo de responsabilidad más que de libertinaje.

Después pasó a la ducha, donde también aspiró el aroma del shampoo, deleitándose con esa mezcla envolvente de limpieza, masculinidad y calidez, no entró al clóset, ya que todo parecía estar en perfecto orden y finalizó la limpieza del piso con una pasada de mopa firme y eficiente.

Ya sin tareas pendientes en ese cuarto, se quedó unos segundos junto a la ventana, contemplando cómo el atardecer comenzaba a devorar lentamente el cielo de la ciudad, la luz dorada acariciaba los edificios, mientras ella frotaba los pies descalzos contra la alfombra color verde limón que decoraba parte del suelo, el tacto suave bajo sus plantas, el aroma en el ambiente y la paz del momento la envolvieron en una calma casi hipnótica, por unos instantes, se permitió simplemente estar ahí sintiendo, respirando y preguntándose en silencio por qué ese cuarto, y ese hombre, comenzaban a sentirse tan peligrosamente acogedores. 

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