Hogar. 1

Owen la llevó a una residencial privada de lujo, de esas que solo aparecían en telenovelas o revistas de arquitectura, las casas no eran simples viviendas; eran auténticas mansiones con fachadas elegantes, ventanales inmensos y jardines cuidados al detalle. Edneris miraba por la ventana, asombrada, mientras el auto avanzaba por calles impecables, subía por una corta pendiente, giraba a la izquierda y se detenía finalmente frente a una de esas propiedades, un vehículo color plata los esperaba justo en el acceso.

Mientras Owen bajaba para hablar con una mujer, probablemente la decoradora de interiores, Edneris aprovechó para salir del auto y explorar con la vista, soltó una pequeña risa al ver a dos niños jugar con sus bicicletas en el jardín trasero de la casa de enfrente, la escena era tan tranquila, tan ajena a todo lo que ella había vivido últimamente, que parecía de otro mundo. Caminó hacia el estacionamiento, observando los detalles de la barda de madera que dividía la propiedad de Owen con la del vecino, le llamó la atención cómo habían integrado árboles, arbustos y flores en largas macetas frente a la cerca, pero lo que más le gustó fue un árbol de hojas rojizas que parecía salpicado de fuego.

— Edneris, abre la puerta. — le lanzó las llaves, que ella atrapó en el aire con reflejos rápidos.

— ¿Dónde vas? — preguntó con algo de inquietud, temiendo que la dejara sola en un lugar tan desconocido.

— A estacionar el auto, linda. — respondió entre risas, divertido por su sobresalto.

Ella asintió, pero no se movió de donde estaba hasta verlo girar y dirigir el auto hacia la pequeña calle de cemento que conducía al garaje, solo cuando lo vio apagar el motor, se animó a caminar hasta la puerta principal, introdujo la llave, pero no entró, prefirió esperar a que él estuviera a su lado.

— Voy a bajar mi mochila — anunció, dando un paso hacia el vehículo.

— La bajas después, quiero mostrarte mi humilde casita primero. — le dijo con una sonrisa mientras la tomaba suavemente del brazo, guiándola hacia el interior.

— ¿Humilde casita dices tú? Este lugar es enorme y está en uno de los mejores sectores de todo Portland. — comentó, todavía con una sonrisa, que se borró de inmediato al cruzar el umbral.

Lo que vio la dejó sin aliento, toda la pared frontal era de cristal, de piso a techo, regalando una vista espectacular del río, la montaña y parte de la ciudad que se extendía a lo lejos, la claridad natural llenaba cada rincón, haciéndola sentir como si estuviera dentro de un sueño luminoso. No era solo una casa, era un santuario de paz, modernidad y belleza, Owen la rodeó con el brazo por la cintura para animarla a seguir caminando, guiándola por el espacio que parecía extenderse aún más allá, semi-dividido por una elegante pared de madera que apenas disimulaba las gradas que descendían hacia los cuartos inferiores.

— ¿Qué te parece la decoración? — preguntó Owen, sin apartar los ojos de ella.

— Es un lugar precioso y tiene una vista impresionante... — respondió Edneris, mientras se acercaba a la sala y deslizaba la mano por una colcha afelpada que descansaba sobre un sofá en forma de L — ¡Dios mío, qué gran pantalla! — exclamó al descubrir la pared frontal, que más parecía un elegante estante diseñado para enmarcar aquel coloso tecnológico.

— Soy amante del cine... — dijo él, riendo — Mi idea es ver películas en pantalla grande cuando me dé la gana. — ella siguió explorando con la mirada y señaló hacia la izquierda, donde podía verse parcialmente un dormitorio.

— Imagino que ese debe ser tu cuarto... — comentó, y sus ojos se posaron en una cama impecablemente tendida y una butaca de cuero verde limón — Me gustan estos sillones cuadrados, pero les falta una mesita para café. — agregó con una risita, lanzándole una mirada cómplice mientras recorría con soltura el espacio.

Owen la observaba con paciencia, como si disfrutara cada uno de sus pasos.

— ¿Vas a aceptar mi propuesta? — preguntó cuando la vio encaminarse hacia el comedor, que tenía salida a una pequeña terraza.

— ¿Qué propuesta sería esa? Has sido bastante escueto en decirme las cosas que estás pensando. — replicó, mientras pasaba los dedos por la superficie de cristal de la mesa, rodeada por seis sillas blancas.

— Te quiero mucho, Edneris... — dijo con franqueza, sin rodeos — Te has metido en mi corazón sin que yo me diera cuenta, a medida que te fui conociendo mientras estuviste con mi hijo y debo confesarte algo; nunca me gustó la idea de que trabajaras en ese lugar, no por ser bailarina, sino porque es un trabajo extenuante, y además te expone a muchos peligros saliendo tan tarde por la noche. — la siguió hasta la cocina, donde ella se detuvo a observar un adorno de flores junto al fregadero.

— En eso tienes razón... — admitió con voz más baja — Es agotador y hasta cierto punto humillante por... — se interrumpió de golpe, como si morder una palabra pudiera salvarla de revivir un recuerdo — Me gusta el adorno de flores. — añadió rápidamente, tocándolas con cuidado, aunque eran plásticas.

—Precisamente por eso quiero proponerte algo... — continuó Owen, acomodando uno de los taburetes altos de la isla para sentarse — Quiero que dejes ese trabajo, estudias de ocho a doce la mayor parte del tiempo, podrías trabajar aquí, en la casa; limpiando, cocinando, ordenando, te quedaría tiempo para estudiar, para ti. — ella lo observo fijamente.

— ¿Yo me encargaría de tu casa mientras tú trabajas? — preguntó ella, jugando distraídamente con la llave del fregadero.

— Sí... — asintió él, seguro de su ofrecimiento — Te pagaría once mil dólares mensuales, tendrías casa, comida, seguro médico y un día a la semana para descansar, a cambio, solo te pediría una cena deliciosa cada noche y que mantengas la casa limpia, lo básico, las labores normales de cualquier empleada doméstica. — Owen la miró con seriedad, convencido de que le estaba haciendo una oferta justa, pero en sus ojos también brillaba una emoción que iba más allá del simple acuerdo laboral.

— ¿Podemos negociar el pago? — preguntó Edneris, meditando con seriedad.

— No te pagaré menos de lo que te estoy ofreciendo. — respondió Owen, apoyando la barbilla sobre la palma de su mano, tranquilo.

— Entonces no aceptaré tu propuesta, ya veré cómo me las arreglo. — replicó ella, cruzando los brazos y recostándose con suavidad sobre la encimera de la cocina, lo miró directo a los ojos, desafiándolo con dulzura.

— ¿Qué quieres? — preguntó él, ya metido de lleno en la negociación.

— Los once mil mensuales me parecen más que bien, pero quiero que me descuenten dos mil dólares para cubrir lo que pagaste anoche. — dijo, y al instante vio cómo una sonrisa pícara se dibujaba en los labios de Owen.

— Si accedo a eso ¿Dejarás tu trabajo en el club y trabajarás para mí? — alzó una ceja con curiosidad.

— Sí... — asintió sin dudarlo — Es una oportunidad demasiado buena como para ignorarla, aunque no sé qué tan ético sea quedarme bajo el mismo techo del hombre que, en su momento, fue mi suegro. — añadió con tono burlón, dando unas palmaditas sobre el granito de la barra.

— Tú misma lo dijiste... — murmuró Owen con voz grave — En su momento fui tu suegro, ahora no soy más que un hombre, como cualquier otro. — sus ojos se pasearon con descaro por el cuerpo de Edneris, ella lo notó y no retrocedió, al contrario, sonrió de lado, se apartó de la barra y caminó hacia él con calma.

— No eres un hombre como cualquier otro... — dijo con suavidad, deteniéndose a centímetros de él — Eres como un padre para mí, un amigo en quien confío, también te quiero mucho, Owen. — sin darle oportunidad a reaccionar, lo abrazó por la espalda, lo sintió temblar ligeramente bajo sus brazos.

— Me da mucho gusto saber que también me quieres... — dijo él, con la voz temblorosa, se levantó de golpe cuando sintió los labios de Edneris depositar un beso en su nuca — ¡No hagas eso, por favor! El cuello y la nuca son de mis mayores puntos débiles. — todo su cuerpo se estremeció con un escalofrío.

— Qué sorpresa enterarme de esas cosas ¿Quién imaginaría que te calientas con besitos en el cuello? — dijo Edneris entre risas, claramente disfrutando el efecto que causaba en él.

— Vamos abajo... — dijo Owen, girando sobre sus talones — Quiero mostrarte tu cuarto. — ella se rio de nuevo, traviesa, mientras él se daba la vuelta, ella no pudo evitar responderle con picardía.

— Cada persona tiene sus puntos débiles, sé que el tuyo es el cuello. —susurró con intención.

Owen, sin quedarse atrás, se acercó y deslizó con un dedo toda la línea de su columna vertebral, provocando que Edneris soltara un suave gemido y se alejara con un escalofrío eléctrico recorriéndole la espalda.

— Y yo sé que el tuyo, es la espalda. — dijo él con una sonrisa torcida.

— No vuelvas a hacer eso, me pusiste la piel de gallina desplumada. — dijo, frotándose el brazo con un gesto teatral.

— Lo mismo que tú hiciste conmigo... — replicó Owen con una sonrisa mientras bajaba primero las gradas — Este lado de aquí lleva a una pequeña sala tipo estudio que yo utilizaría para el trabajo, la puerta del fondo es el segundo dormitorio que usarás tú, la oficina y tu cuarto comparten un solo baño, que está en el otro extremo. — agregó, tomándole la mano para guiarla.

— Qué cuarto tan grande e iluminado. — comentó Edneris con asombro.

La cama estaba en medio del cuarto, al lado de la puerta de entrada y un amplio clóset ocupaba parte de la pared, ventanales de piso a techo dejaban entrar la luz a raudales, y un pequeño sillón en una esquina le daba el toque acogedor.

— Puedes decorarlo como más te guste, te compraré un escritorio para que puedas estudiar tranquila, a los lados de la cama hay unas pequeñas repisas — dijo Owen al entrar con ella al cuarto.

— Esto es más de lo que podría conseguir trabajando en cualquier otra casa como empleada doméstica y mucho más de lo que lograría rentando un estudio barato. — se dio la vuelta para mirarlo, todavía impresionada.

— Quiero que estés cómoda, que te sientas bien y que puedas terminar tus estudios, si necesitas algún libro nuevo, material para clases o cualquier cosa para tus prácticas, solo tienes que pedírmelo, yo te lo puedo conseguir. — añadió, acercándose un poco más a ella.

— Si tengo algo que comprar, lo voy a comprar yo, no quiero abusar de tu buena voluntad. — replicó Edneris con firmeza, tomándolo suavemente de los brazos, acortando la distancia entre ambos.

— Hablo en serio, quiero apoyarte en tus estudios. — insistió Owen, llevándose las manos a su cintura con suavidad.

Ese acercamiento provocó que aquel extraño cosquilleo en el estómago de Edneris volviera, pero esta vez acompañado por un calor particular que le provocó un gusto raro, intenso, como un suspiro atrapado en el pecho, los iris verdes de Owen, tan cerca de los suyos, la hipnotizaban, no había tenido oportunidad de verlos tan de cerca, iluminados por la clara luz de media mañana.

— Tus ojos tienen tintes amarillos muy finitos. — susurró, poniéndose de puntitas para verlos mejor.

— Y los tuyos tienen destellos cobrizos alrededor de la pupila. — contestó él, inclinándose un poco más, hasta que sus rostros quedaron separados apenas por un par de centímetros.

— Owen. — murmuró ella, justo antes de dar un paso atrás, sobresaltada por el sonido de su celular.

— Me lleva el diablo, 3s Isaac. — espetó él, saliendo del cuarto a paso rápido mientras contestaba la llamada.

Edneris se quedó en medio de aquel cuarto luminoso, observando a su alrededor, las cosas, al menos en apariencia, no pintaban tan mal, pero esa calma se sentía como el preludio de una tormenta, una tormenta que se estaba formando en casa de sus padres, como siempre, ella sería la causa de todos los problemas: no Evelyn, por meterse con su novio, sino ella, por ser la "mala hermana", la "mala hija", la vergüenza de la familia por estudiar enfermería.

Se sentó en la cama, notando cómo sus piernas comenzaban a temblar ligeramente, metió los dedos entre su cabello, buscando alguna forma ingeniosa de evitar a todos, aunque sabía que, en una ciudad como Portland, tarde o temprano tendría que enfrentarse a ellos, frente a frente.

— Edneris. — la voz suave de Jake la hizo girar sobre sus talones para verlo.

— Hola ¿Traes mis cosas? — se levantó de la cama con una sonrisa esperanzada.

— Sí, conseguí sacar todo lo que Isaac dejó en la casa y traje la primera caja. — dijo, ofreciéndosela sin esfuerzo, ya que no era muy pesada.

— ¿Isaac no dejó nada para mí? — preguntó, mientras llevaba la caja hasta la cama, al mirar a Jake, notó que este tenía la cabeza girada hacia el pasillo, evitándole la mirada.

— No, él no dejó nada... — respondió finalmente, volviendo a verla — Iré a sacar las cajas más pesadas y te las traigo al cuarto. — añadió, con una media sonrisa.

— Yo te ayudo con eso, imagino que deben ser muchas por todos los libros de enfermería que tenía. — lo siguió con paso ligero.

— Libros de medicina, solo había dos. — la miró con una mezcla de confusión y cautela.

— ¿Dos? Pero si tenía doce libros de medicina. — los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar cuánto le había costado comprarlos, tanto en dinero como en sacrificios personales.

— No te preocupes, Isaac me dijo que se los llevó por error mientras recogía sus cosas a toda prisa, yo pasaré por ellos cuando regrese del trabajo. — la tranquilizó Owen con una sonrisa suave mientras subía con ellos.

— Qué alivio, creí que me los había robado. — dijo llevándose una mano al pecho.

— No es tan rata miserable. — soltó Owen, lo que provocó una risa espontánea en Edneris.

— Yo bajo las cajas más pesadas y tú las que pesen menos. — dijo Jake mientras abría la puerta para salir.

Jake, aunque solía ser el chofer de Owen en Seattle, no lo acompañaba siempre a Portland, sin embargo, esta vez habían viajado juntos para que el hombre pudiera tomarse unos días de descanso y visitar a sus padres que vivían en la ciudad, Owen, sabiendo que no podría cargar todas esas cajas, le dejó las llaves de la casa a Edneris para que se sintiera con más libertad de moverse mientras terminaban de descargar.

Jake, por su parte, deseó no haber tenido que mentirle de forma tan descarada, pero no soportó ver el rostro preocupado de Edneris, él también había tenido su edad, también había trabajado duro para costear sus estudios y sabía perfectamente lo que dolía que alguien llegara a quitarte lo que con tanto esfuerzo habías conseguido, Isaac le había hecho eso a ella, sin el más mínimo remordimiento, le robó los libros de medicina creyéndose con derecho sobre todo lo que había compartido con ella. 

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