Mientras iban por carretera, Jake lo llamó directamente y le preguntó dónde estaba, la respuesta fue simple; en casa de los abuelos, así que, antes de ir a la fábrica, pasó por ahí, aun sabiendo que no sería bien recibido, pero no le importó, lo único que quería era recuperar lo que le pertenecía a Edneris, porque ella se lo había ganado, porque se lo merecía.
— ¿Con qué derecho te atreves a correr a Isaac de su apartamento? — gritó Larisa, sin darle tiempo siquiera de bajar del auto, pero así era ella, la madre de Owen: impulsiva y ruidosa.
— Con el derecho que me da la ley y el derecho de propiedad. — respondió él, cerrando el auto con seguro mientras apretaba con fuerza las llaves en la mano.
— ¿Dónde vas? — lo siguió con paso apresurado — ¡Eres un padre miserable! ¿Cómo puedes ponerte del lado de una cualquiera y dejar a tu hijo tirado como un perro callejero? — ambos entraron a la casa, pero Owen no se inmutó ante los gritos de su madre.
— ¿Dónde están los libros de Edneris? — preguntó con tono firme al encontrar a Isaac sentado en la sala, jugando videojuegos como si nada.
— ¿Qué libros? Yo me traje todo lo que es mío. — respondió sin siquiera mirarlo.
Owen no se tragó esa mentira, lo dejó ahí y subió apurado a la segunda planta, mientras la voz de su madre lo seguía de cerca, Isaac también se levantó, sabiendo perfectamente lo que había hecho, cuando Owen llegó a la habitación de su hijo, encontró todas las cajas amontonadas; sin perder tiempo, comenzó a revisarlas con determinación.
— ¡Te estoy hablando, Owen! — chilló Larisa desde el pasillo con un tono tan agudo que casi le lastima los oídos.
— ¿Qué crees que haces? ¡Esos libros son míos! ¡Yo los compré! ¡Te pedí dinero para comprarlos! — exclamó Isaac, tratando de detenerlo, pero Owen, molesto, le dio un empujón firme que lo dejó inmóvil.
— Me pediste dinero para libros de enfermería, pero resulta que ese dinero te lo gastaste en videojuegos... — dijo, sacando uno de los libros de la caja, lo abrió y mostró el nombre de Edneris escrito en la primera página con un lettering cuidado y delicado — No te bastó con revolcarte con su hermana, ahora también quieres robarle las cosas que consiguió con esfuerzo. — fue sacando libro por libro, revisando uno a uno para asegurarse de que todos fueran de ella.
— Edneris ya va a terminar la carrera y esos libros ya no le van a servir... — Isaac bajó la cabeza, humillado al admitir el robo — Pensé que era justo quedarme con ellos. — su voz apenas se escuchó.
— Deja esos libros ahí... — Larisa intentó detener a Owen — Esa mocosa le ha hecho perder mucho tiempo a mi bebé, es justo que se quede con eso como recompensa, además, ella puede volver a comprarlos, mi niño se los merece. — le dio un manotazo en el brazo, pero él ni se inmutó.
— Deja de estarme arañando... — le apartó las manos con firmeza — A mí no me interesan las opiniones que tú y Héctor puedan tener, esto se llama robo, hay más de cinco mil dólares en libros de medicina que este bueno para nada le ha quitado a su exnovia. — terminó de meter los libros en la caja con determinación.
— ¿Sabes dónde está Edneris? — preguntó Isaac, ya resignado a que su padre se los llevara.
— Sí, sé perfectamente dónde está. — Owen tomó la caja y salió del cuarto sin mirar atrás.
— ¿Sabes si Jake le entregó la carta que le dejé? — insistió su hijo, siguiéndolo con pasos cortos.
— La quemó sin abrirla. — respondió con frialdad, abriendo el baúl del auto y tratando de evitar otro estallido con su madre, que ya estaba al borde.
— ¿La quemó? — el rostro de Isaac se desencajó por completo — No puedo creer que la haya quemado, si publica ese video, va a arruinarle la vida a Evelyn. — pasó ambas manos por su cara, angustiado.
— ¿Dónde está? ¡Yo iré a hablar con esa! A mi chiquita no me la va a humillar nadie. — Larisa sacó el pecho con una postura desafiante.
— Larisa. — Owen apenas pronunció su nombre cuando la mujer lo abofeteó con el dorso de la mano.
— ¡Yo soy tu madre y me vas a llamar mamá hasta que te mueras, porque me debes respeto! ¡Tienes todo lo que tienes gracias a mí! — le dio otro manotazo en el pecho.
— Me botaste de la casa el mismo día de mi cumpleaños y no me permitiste llevarme ni un solo recuerdo, tuve que venir con un oficial de policía solo para sacar mis documentos... — Owen sostuvo la mirada — El respeto no se pide ni se exige, es algo que se gana. — sus palabras fueron respondidas con dos fuertes bofetones.
— ¡Abuela, no hagas eso! — Isaac la sujetó de los brazos, alejándola de su padre.
— ¡Me está faltando el respeto! Tú estás viendo, ¿verdad? ¡Me está insultando y yo no lo voy a permitir! — Larisa comenzó a delirar, sacudida por su propio escándalo.
— ¿Hace cuánto no se toma las medicinas? — preguntó Owen en voz baja, dirigiéndose a su hijo.
— No sé. — Isaac se encogió de hombros.
— Espero que te mantengas lejos de Edneris de ahora en adelante... — su voz fue seca, definitiva — Quieres una relación con Evelyn o con quien sea, es tu asunto, pero a ella no la molestes. — esperaba que no se volviera a aparecer frente a Edneris.
— A pesar de lo que me dijiste hoy en la mañana, tú sigues siendo mi padre, quiero que conozcas a Evelyn. Verás que te va a agradar y te vas a olvidar de Edneris. — Isaac intentó suavizar la conversación, Owen soltó una risa seca, sin detenerse.
— Quizás en algún momento lo haga, pero por el momento solo tengo dos preocupaciones: ayudar a Edneris y conquistar a una mujer, lo que hagas tú con tu vida me da exactamente lo mismo, porque ya eres mayor de edad, solo falta que te hagas hombre. — abrió la puerta del auto con firmeza.
— ¿Por qué prefieres ayudarla a ella antes que a mí? — le detuvo la puerta con una mano.
— Porque ella es lo que yo siempre quise tener en mi vida y lastimosamente nunca pude, porque todo me fue truncado a la fuerza. — Owen fijó los ojos en la mano de su hijo.
— ¿Te avergüenzas de mí? — preguntó Isaac mientras apartaba lentamente la mano.
— Asegúrate de que Larisa se tome sus medicamentos, ya es tiempo de que vayas convirtiéndote en hombre y dejes atrás esas actitudes mediocres de adolescente. — cerró la puerta del auto y puso el motor en marcha.
Owen no había tenido una vida como la de Isaac, Héctor fue un tirano que aprovechaba cada oportunidad para humillarlo, nunca lo escuchó, nunca quiso entenderlo y es que Isaac llegó a este mundo cuando Owen tenía apenas trece años: un niño criando a otro niño, Larisa, por su parte, comenzaba a sufrir episodios en los que escuchaba voces que le decían que debía hacerle daño a su propio hijo, razón por la cual tomaba medicación psiquiátrica.
Owen se sentía profundamente identificado con Edneris, había algo en ella que tocaba heridas muy viejas y mientras más pudiera ayudarla, con gusto lo haría, emprendió el camino hacia la fábrica, pues el día anterior había dejado un trabajo a medias, se tomó además la libertad de pedir comida a domicilio para que Edneris pudiera almorzar, ya que las alacenas seguían vacías, le avisó con un mensaje corto y recibió un agradecimiento lleno de emojis lanzando besos, lo que le sacó una sonrisa.
Después de comer, Edneris bajó al que sería su cuarto desde ese momento en adelante, al menos mientras Owen permaneciera en la ciudad, aunque, como estaban pintando las cosas, ya comenzaba a pensar que sería ella quien se encargaría del mantenimiento de esa casa mientras él hacía su vida cotidiana en Seattle.
Mientras acomodaba los pocos libros que le habían quedado en una de las repisas laterales, su celular comenzó a sonar con el tono de llamada, el número era desconocido, no respondió, pero ese número volvió a insistir y luego, una vez más, hasta que, harta, tomó una decisión.
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— Funeraria "Larga Fila al Cielo", ¿en qué puedo ayudarlo? — respondió con un tono de voz completamente diferente, imitando a la perfección el estilo de una operadora.
— Edneris, no estés jugando. — era la voz firme y molesta de su madre.
— ¿Perdón? — respondió sin salir de su papel.
— Quiero hablar contigo, Edneris, deja esas estupideces de lado y más te vale que borres ese maldito video. — la mujer se escuchaba furiosa al otro lado de la línea.
— Disculpe, señora, creo que se ha equivocado de número, porque aquí no hay nadie que se llame Edneris. — imitó con soltura la voz de una actriz famosa que solía doblar comerciales dramáticos de televisión.
— Disculpe entonces. — y la llamada se cortó de inmediato.
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Edneris aprovechó ese momento de confusión para bloquear el número, no quería más llamadas, ni peleas, ni desgastes innecesarios con nadie, cuando se dispuso a guardar su ropa, encontró al fondo de una de las cajas el álbum púrpura de fotografías recientes que había comprado unos meses atrás, se sentó a los pies de la cama y comenzó a hojearlo, cada imagen plasmada en papel era un recuerdo que le apretaba la garganta con fuerza, los ojos se le fueron empañando poco a poco, hasta que las lágrimas comenzaron a rodar silenciosamente por sus mejillas.
Había felicidad en esas fotos, sonrisas, abrazos, gestos de amor, los inicios de su relación con Isaac se mostraban ahí, tan vibrantes como lejanos y lo que más la desgarraba no era el engaño en sí, sino lo feliz que se había sentido antes de perderlo todo.
Lloró en silencio hasta llegar casi al final del álbum, fue entonces cuando se encontró con una foto que guardaba con especial cuidado: ella abrazada a Owen en medio del paisaje nevado de unas vacaciones en Canadá, recordaba esa noche con una claridad que la estremecía, Isaac se había ido a dormir temprano porque estaba enfermo, y fue Owen quien la convenció de salir a caminar bajo la nieve, le pidieron a unos turistas que les tomaran una foto y aquella imagen, aún cálida pese al frío del entorno, logró dibujarle una sonrisa, se limpió las lágrimas justo cuando escuchó una voz familiar.
— Toc, toc. — Owen se asomó por la puerta, viéndola sentada en el suelo con el álbum en las manos.
— Hola, creí que volverías más tarde. — se levantó de inmediato, justo cuando él entraba con una enorme caja entre los brazos.
— Terminé todo a tiempo... — dejó la caja a un lado — Fui por tus libros ¿Por qué estabas llorando? — pudo ver la humedad aun en sus mejillas.
— Boberías. — intentó esquivar el tema, caminando hacia la cama.
— Boberías que, lastimosamente, tienen nombre y apellido. — la tomó suavemente del brazo antes de que pudiera alejarse por completo.
— Sí... — respondió — Lastimosamente, sí, me encontré con el álbum de fotos. — señaló con un gesto hacia la cama.
— Las fotos son traicioneras... — dijo Owen mientras se acercaba, tomó el álbum entre sus manos — Nos muestran un pasado donde parecía que todo estaba bien, aunque hoy nos duela... — al abrirlo, una fotografía se deslizó entre las páginas y cayó al suelo, Owen la recogió y sonrió con cierta nostalgia — Las vacaciones en Canadá del año pasado. — le mostró la imagen con una mirada suave.
— Hay recuerdos que no son dolorosos, y que uno guarda con mucho cariño. — Edneris tomó un portarretrato donde estaba una foto suya con Isaac y comenzó a retirarla del marco.
— ¿Qué haces? — preguntó Owen, observándola con curiosidad desde el umbral de la puerta.
— Esa foto me gusta bastante, siempre olvidaba comprarle un portarretrato, pero este es mi favorito y creo que se vería muy bien aquí. — extrajo la imagen con delicadeza y la encuadró finalmente.
— ¿Puedo ponerla en la sala de arriba? — Owen tomó el portarretrato de bordes dorados con delicadeza.
— Si quieres. — Edneris se encogió de hombros, sin mucha intención de debatir.
Owen sonrió y salió del cuarto para colocarla de inmediato, Edneris lo siguió con pasos tranquilos, intrigada por el lugar donde pensaba exhibirla, se sorprendió al verlo mover el jarrón que adornaba el centro de la mesita de cristal en la sala, justo a un lado de aquellas flores artificiales, colocó la fotografía: estaban ellos dos abrazados, ambos con grandes sonrisas en los labios, la imagen irradiaba una calidez casi nostálgica, y, para su sorpresa, se veía muy bien ahí.
— ¿Te gusta cómo se ve? — preguntó Owen, girándose hacia ella, que se había recostado contra el muro de madera frente a la sala.
— Se ve bien, pero, al estar en el centro de todo, va a llamar mucho la atención. — sonrió mientras se mordía suavemente el labio inferior.
— A mí me gusta. — él se encogió de hombros con una naturalidad encantadora.
— ¿Te ayudo a ordenar las compras? — preguntó Edneris al girarse y ver la isla de la cocina llena de bolsas del supermercado.
— Claro, aunque preferiría que las ordenaras tú como más te guste, al final, eres quien más las va a usar. — la siguió con una sonrisa mientras ella se acercaba a la cocina.
— Me parece bien que sea yo quien lo guarde todo, así no tendré que andarte preguntando dónde están las cosas. — dicho eso, comenzó a abrir una de las bolsas con gesto resuelto.
— Discúlpame unos minutos, voy a atender esta llamada, ya vuelvo a ayudarte. — sacó su celular del bolsillo al ver que tenía una llamada entrante.
Edneris asintió sin volverse, lo observó de reojo salir hacia la pequeña terraza frente al comedor, donde respondió en voz baja, ella, mientras tanto, se ocupó en ir sacando con cuidado los productos que guardarían en las alacenas superiores.
Conforme revisaba y acomodaba, se dio cuenta de que a Owen le hacían falta muchas cosas básicas: recipientes herméticos para el arroz, las pastas, las legumbres rojas, a ella no le gustaba dejar nada en sus bolsas originales. La nevera estaba prácticamente vacía, lo cual, lejos de molestarla, le generó cierto gusto, pudo acomodar todo desde cero; las carnes bien clasificadas, las frutas separadas por tipo y los productos frágiles colocados con precisión, incluso llenó las bandejas de hielo y las colocó con cuidado, esa cocina, aunque ajena, empezaba a sentirse un poco más suya.