Un lugar seguro. 3

Salió del baño bien duchada, con el cabello aún húmedo y se puso la ropa que Owen le había regalado, por suerte, o milagro, la braga le quedó bien, un poco ajustada en las caderas, sí, pero nada que le resultara incómodo, mientras se amarraba las cintas de las zapatillas, vio a Owen cruzar la puerta del cuarto, ella la había dejado entreabierta, sabiendo que él también necesitaba entrar a ducharse, él le dedicó una mirada rápida, como pidiendo permiso y ella asintió sin palabras, apenas terminó de ajustarse los zapatos, salió del cuarto, tomó su celular y revisó las fotos que había tomado.

Reprodujo el video una vez más y aquello no hizo más que acentuar el dolor que ya le ardía en el pecho, las palabras de Isaac durante la llamada eran una ventana dolorosamente clara hacia una realidad de la que ella había sido completamente ignorante, le dio coraje, mucho, porque se había dejado envolver por un chiquillo inmaduro que, tarde o temprano, iba a tratar a Evelyn con la misma bajeza con la que ahora la trataba a ella.

Pasó directo a los mensajes de texto después de ver el video, Isaac había dejado varios, todos con el mismo tono manipulador, queriendo hablar como dos adultos responsables, aquel muchacho no tenía idea del verdadero significado de la palabra "responsabilidad". Le juraba que podía explicarle todo "de forma sencilla", como si Edneris no hubiese visto con sus propios ojos lo que realmente estaban haciendo, por mera curiosidad, lo desbloqueó en la aplicación de mensajería. Isaac estaba en línea, y tan pronto vio que comenzaba a escribirle, lo volvió a bloquear sin pensarlo dos veces, también bloqueó su número de celular y aprovechó para hacer lo mismo con el de Evelyn, ver sus dos patéticos mensajes de disculpa solo encendió aún más su enojo.

Decidió dejar de lado esas tonterías y se concentró en algo más útil; revisar la ropa que Owen le había ofrecido, no iba a rechazar un gesto tan generoso, para su sorpresa, casi todas las prendas le quedaban bien, salvo por los sostenes, claro, que eran en su mayoría de copas demasiado pequeñas, se paró frente al espejo, sacando una prenda tras otra y colocándoselas encima, calculando si le ajustarían o no, Owen se quedó en el pasillo, observándola en silencio, le causó una ternura inesperada verla así, con una sonrisa grande y sincera, como una niña abriendo sus regalos de Navidad.

— ¿Todo te quedó bien? — preguntó finalmente.

— Sí... — respondió Edneris, girándose con la ropa en las manos — Tu novia era igual de flaquita que yo y casi todo me queda, lo único que no me quedaron fueron los sostenes. — añadió, alejando la bolsita con gesto divertido.

— Creo que ella era plana en comparación contigo. — dijo Owen con una sonrisa mientras tomaba la bolsa y la guardaba en el pequeño armario del que la había sacado.

— Muchas gracias por las prendas y cuando pueda ir a un cajero, te devolveré el dinero que gastaste anoche, fue demasiado solo por sacarme de allí. — retrocedió un poco cuando él se acercó, sintiéndose aún algo intimidada.

— No quiero que me pagues nada, fueron un poco más de veinticinco mil dólares. — dijo con naturalidad, Edneris palideció.

— ¿Veinticinco mil? — repitió casi sin aliento, las prendas casi se le cayeron de las manos — Es casi la mitad de todos mis ahorros... — tragó saliva — Podrías darme un tiempo para reunir el dinero y pagártelo, no me puedo quedar con ese cargo de conciencia tan grande. — comenzó a hacer cálculos en su mente, pero cada número que pasaba por su cabeza solo le dejaba más claro que aquello no iba a ser tan fácil.

— Vamos, guarda todo eso y vámonos a casa que se nos hace tarde. — dijo Owen, ignorando por completo su comentario anterior mientras caminaba hacia el mueble junto a la puerta para tomar sus llaves.

— ¿Tarde para ir a tu propia casa? — preguntó Edneris mientras metía la ropa en la bolsa rápidamente.

— La decoradora de interiores me estará esperando para devolverme las llaves de la casa... — explicó, tomando la mochila de ella y abriendo la puerta — Así que muévete, vamos. — le dedicó una sonrisa.

— Owen, buenos días. — saludó la vecina del frente, que "casualmente" salió de su apartamento justo al mismo tiempo que ellos.

— Buenos días. — respondió él sin mucho entusiasmo, cerrando la puerta detrás de sí con rapidez.

— ¿Ya desayunaste? — preguntó la mujer con una sonrisa forzada.

— Sí, ya... — Owen se revisó los bolsillos y, sin cambiar de expresión, bajó la vista hacia Edneris — Amor ¿Llevas tu celular contigo? — dijo de una forma casual.

— Sí, lo llevo en el bolsillo del chándal. — respondió ella, tocándose los bolsillos para asegurarse.

— Espero que no vayas a dejar nada, porque ya no vamos a volver. — añadió él mientras echaba el cerrojo.

— ¿Te vas a mudar? — la vecina frunció el ceño, preocupada.

— Sí, no puedo permitir que esta hermosura viva en un apartamento tan pequeño, no es digno de una reina. — declaró Owen con total descaro, solo para molestarla aún más.

— Owen... — susurró Edneris, dándole una mirada severa.

— Vamos, que se nos hace tarde. — le dijo mientras la tomaba de la cintura y la guiaba hacia el elevador.

Bajaron hasta la recepción porque Owen esperaba recibir correspondencia por última vez en ese lugar, para desgracia de Edneris, se toparon con la anciana de la noche anterior, al verlos, la mujer empezó a resoplar como un toro a punto de embestir, Edneris tuvo que contener la risa mientras Owen abría su casillero de correo. La anciana la barrió de pies a cabeza con una mirada cargada de desprecio, cuando pareció dispuesta a acercarse para decirle algo, Owen se interpuso, colocándose delante de Edneris como una muralla, sin decir palabra, miró a la señora por encima del hombro, ella, con evidente molestia, disimuló y siguió su camino.

Una vez en el estacionamiento privado, Owen abrió la puerta del copiloto como todo un caballero y esperó a que Edneris subiera, cerró con cuidado, dio la vuelta al auto y se acomodó al volante, sin perder tiempo, puso en marcha el vehículo y tomaron rumbo hacia las afueras del centro de Portland.

— ¿Crees que Jake haya podido sacar todas mis cosas? — preguntó Edneris, bajando un poco el volumen de la canción que sonaba en la radio.

— Sí, las llevará a mi casa cuando lo tenga todo empacado en cajas, mientras tú te instalas, yo saldré a hacer algunos pendientes. — respondió Owen, girando el volante con tranquilidad.

— ¿Instalarme? — repitió ella, ladeando la cabeza con cierta confusión.

— No estarás pensando pasar la noche en un motel ¿O sí? — la miró unos segundos, con una ceja levantada.

— No, pero tampoco pensaba invadir tu casa de vacaciones. — respondió, arrugando la nariz en señal de desacuerdo.

— Tengo una propuesta que hacerte, pero necesito que veas la casa primero, así te animas y entiendes mejor lo que quiero decirte. — aceleró un poco mientras mantenía el tono enigmático.

— Me estás poniendo nerviosa. — dijo, frotándose los muslos en un gesto inquieto.

— No es nada malo, bonita, confía en mí, yo no soy tan mentiroso como mi hijo. — cruzaron una mirada rápida, cargada de intención.

— Tengo que presentarme esta noche a trabajar, hoy es cuando más se gana. — se inclinó ligeramente, tratando de leer el letrero en la carretera.

— Deberías tomarte, al menos, estos dos días para pensar las cosas, para descansar un poco de tanto ajetreo. — murmuró mientras cambiaba de marcha con su mano derecha.

— Tengo una deuda muy alta contigo, si te la pago de golpe, me quedo sin la mitad de todos mis ahorros, en este momento es cuando más necesito trabajar. — dijo Edneris, bajando la cabeza con preocupación.

— Una empleada doméstica cobra unos diez dólares por hora, con seis horas al día, estarías ganando sesenta, en seis días, eso serían trescientos sesenta dólares. — comentó Owen, mirando el camino con atención.

La lógica detrás de esas palabras hizo que Edneris comenzara a atar cabos, su expresión lo delató, ya se imaginaba por dónde iba la propuesta.

— En un mes serían casi diez mil dólares, lo que yo hago de viernes a domingo bailando en el club, e incluso un poco más en los días de pago. — replicó con voz firme, no le gustaba la idea de terminar como empleada doméstica.

— No te desvelarías y tendrías al menos un día libre para descansar. — dijo, justo cuando giraban para tomar uno de los puentes sobre el rio.

— Creo que necesito pensarlo. — comentó, levantando la vista para mirarlo de nuevo.

Owen soltó una breve risa al oír su respuesta, escueta, sí, pero acompañada de una sonrisa que no pasó desapercibida, de reojo la observó con afecto mientras el auto avanzaba, su idea era clara y directa; no quería que Edneris volviera a ese maldito club, si no aceptaba trabajar como empleada doméstica con beneficios, le ofrecería un puesto en la fábrica como asistente o incluso como enfermera en la clínica de emergencias del complejo, él tenía opciones y estaba decidido a encontrar la forma de que ella aceptara.

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