La explosión me envía a algunos metros detrás de los matorrales. Gimo aturdida. Estoy adolorida en aquellos lugares que ni siquiera sabía que existían. Mis oídos zumban y el dolor se desplaza a través de mi cuerpo como réplicas de un temblor. Me mantengo inmóvil durante algunos segundos, tratando de recuperar mis sentidos. Inhalo profundo para llevar un poco de aire a mis pulmones.
De repente, escucho la voz de un hombre.
―¡Rachel!
Mi piel se eriza de miedo al identificarla. Giro mi cuerpo de medio lado y observo a través de la maleza que ha crecido en el fondo del patio y la que agradezco mi padre no haya podado debido a lo ocupado que estaba, porque, de lo contrario, ese hombre me habría encontrado. El monstruo corre de un lugar a otra, fingiendo desesperación mientras buscan alguna forma de entrar a la casa, pero el fuego es tan voraz que no se atreve.
Me mantengo callada e inmóvil, no quiero alertarlo de mi presencia. Prefiero que crea que morí en el incendio con mis padres. S