Si el imbécil pensaba que me iba a quedar con los brazos cruzados y dejar que saliera de este club con mi mujer, estaba muy equivocado. Ahora que ha vuelto a mí, no voy a permitir que se aleje y, mucho menos, para que regrese con ese cabrón.
―¿Ha tomado en consideración lo que yo quiero, jefe? ―aquella palabrita pone a saltar mi polla con entusiasmo. Cruza los brazos sobre su pecho y alza la barbilla de forma altanera―. ¿No cree que está siendo demasiado arrogante y pagado de sí mismo al sumir que aceptaré lo que me pida como si fuera un hecho?
Una leve sonrisa tira de una de las esquinas de mi boca. Me fascina un buen desafío.
―Por supuesto que tengo en cuenta tus intereses ―meto una de mis manos en el bolsillo de mi pantalón y le tiendo la otra para invitarla a que la tome. Sus ojos desconfiados se dirigen hacia ella y la observa como si fuera una trampa cazabobos, que por supuesto lo es. No voy a dejar nada a la suerte, estoy dispuesto a usar todas mis artimañas para ganarme su per