El sonido de un motor negro con vidrios polarizados rompió el silencio de la casa segura en Santa Cruz del Norte. Daniela observó desde la ventana del segundo piso cómo Dimitri descendía del vehículo, su traje blanco impecable contrastando con la oscuridad de la noche. Dos guardaespaldas con gafas oscuras lo flanqueaban, escaneando el perímetro con movimientos precisos.
Alexander abrió la puerta antes de que llamaran para dar paso a su visita.
—Dimitri —asintió, midiendo al hombre que le doblaba la edad pero no la astucia—. Entra.
El aire se espesó cuando Dimitri cruzó el umbral, su presencia llenando la sala con el aroma a tabaco caro y peligro. Sus ojos azul acero se posaron en Daniela, quien permaneció inmóvil junto a la barra de la cocina.
—La famosa Daniela —murmuró en un español con acento ruso— Más bonita que la última vez que te vi, el peligro te sienta bien.
Alexander se interpuso con una sonrisa tensa.
—Hablemos del plan.
(...)
Dimitri desplegó un mapa de La Ha