El sol de la tarde se filtraba entre las persianas del apartamento de Daniela en Matanzas, pintando rayas doradas sobre las maletas semiempacadas. Alexander observaba desde la puerta, los brazos cruzados, mientras ella doblaba cuidadosamente su ropa.
—Solo serán unos días —dijo Daniela, sin mirarlo—. Mis padres necesitan saber que estoy bien.
Alexander asintió, aunque su cuerpo estaba tenso.
—Yo también me iré mañana. Dimitri quiere reunirse en Moscú para discutir... asuntos pendientes.
Ella alzó la vista por fin, sus ojos buscando los de él.
—¿Peligrosos?
—Rutinarios —mintió él, acariciando su mejilla—. Te extrañaré.
Daniela se levantó para besarlo, saboreando la menta de su aliento y el aroma a limón de su colonia.
—Vuelve pronto —susurró contra sus labios.
(...)
Alexander ajustó el reloj mientras esperaba en la sala VIP. El yet privado a Moscú comenzaría a abordar en veinte minutos. Sacó su teléfono y escribió un mensaje a Daniela:
"Despegando pronto. Cuídate."