El Chevrolet Bel Air azul celeste chirrió al frenar frente a la casa de Santa Cruz del Norte. Daniela apagó el motor y permaneció sentada por un largo minuto, observando sus manos temblorosas sobre el volante. Las uñas aún tenían restos de ceniza y sangre seca. Respiró hondo antes de salir, tratando de componer su expresión.
Pitri jugaba en la terraza con un modelo a escala del Kremlin que Alexander le había conseguido.
—¡Daniela —gritó el niño, corriendo hacia ella— ¿Viste el incendio en las noticias? Uy, estás hecha un asco. —se apartó de ella.—¿DOonde has estado?
Daniela forcejó una sonrisa, evitando que tocara su blusa manchada.
—Sí, cariño. Fue... un accidente. Estaba resolviendo problemas. ¿Dónde está tu papá?
—En el estudio. Dijo que no lo molestara en un rato. Parece enojado.
El tono del niño le dijo todo lo que necesitaba saber. Alexander ya estaba al tanto.
(...)
Alexander estaba de pie frente a los monitores de seguridad, donde se repetía en bucle el video de no