Дмитрий

La noche había caído sobre Matanzas cuando Daniela regresó a su nuevo apartamento después de trabajar. Las calles estaban tranquilas, el aire cargado con el olor salado del mar cercano. Al doblar la esquina, vio la figura alta y familiar apoyada contra un auto negro, los brazos cruzados, la mirada fija en ella.

Alexander.

Ella apretó los dientes y continuó caminando, ignorándolo hasta que estuvo a su altura.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin detenerse, buscando las llaves en su bolso.

Alexander se enderezó, bloqueándole el paso con su cuerpo.

—Te esperé dos horas —dijo, su voz baja pero cargada de algo que no era ira, sino algo más peligroso: control.

—No sabía que tenía que reportarme contigo para entrar y salir de la casa —replicó ella, cruzando los brazos.

—¿Estuviste con él? —la pregunta salió como un latigazo.

Daniela lo miró directamente a los ojos.

—No es asunto tuyo. Pero te daré el placer de saber que estaba trabajando, no voy a estar encerrada todo el día.

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