Clara
Él no dice nada, pero todo su cuerpo habla, me contempla como algo raro, como una ofrenda arrancada al rechazo, y sin embargo deseada, veo en sus ojos la mordedura de la duda y la certeza cruda, estoy aquí, ofrecida, tensa, jadeante, y quisiera huir, de nuevo, pero mis brazos lo rodean.
— Dices que no… pero te quedas —murmura, su boca tan cerca de mi oído que tiemblo.
— Suéltame…
— Mírame, Lucía.
Cierro los ojos con más fuerza, no quiero, no puedo, pero sus manos ya se deslizan por mis costillas, sus palmas calientes rozan mis flancos, mis pechos, me explora con lentitud, como si quisiera grabar mi piel bajo sus dedos, me baja suavemente hacia la cama, y yo ya no me resisto.
Estoy tendida aquí, acostada, desnuda, expuesta, la garganta seca, los muslos temblorosos, y él todavía me mira, se queda de pie un instante, contemplándome, el aliento entrecortado, los ojos negros, y veo el deseo endurecer su sexo bajo la tela, lo veo deshacerse, lentamente, como si me castigara por mi sil