MILA
El olor del café me saca suavemente del sueño. Mis párpados son pesados, mis músculos adoloridos como después de una batalla... o más bien una larga rendición. La luz de la mañana filtra a través de las cortinas, dorada, acariciante, contrastando con el calor húmedo que aún reina en la habitación. Cada parte de mi cuerpo guarda la huella de la noche pasada, una noche sin descanso donde Nolan me poseyó con una intensidad casi irreal.
Me estiro lentamente, las sábanas arrugadas deslizándose sobre mi piel desnuda. Una sonrisa se dibuja en mis labios cuando siento la marca de sus brazos alrededor de mi cintura, como una huella invisible que persiste incluso en su ausencia. Las sábanas, por su parte, aún llevan su aroma: esa mezcla de madera, sudor y calor masculino que me aprieta el corazón.
Un ligero tintineo de vajilla me llega desde la cocina, amortiguado por las paredes pero suficiente para anclarme en la realidad. Nolan. Cierro los ojos un instante, saboreando esta sensación: sa