El día comenzó como cualquier otro en la galería. Pero apenas crucé la puerta de mi oficina, todo cambió. Vi cómo uno de mis empleados le entregaba un paquete cuidadosamente envuelto, junto con una tarjeta: “Feliz cumpleaños, señorita Miller”.
Mi sangre hirvió. ¿Cómo podía ser que los demás supieran y yo no? “Esto no puede pasar”, pensé mientras mi mandíbula se tensaba. Alice… Alice merecía mucho más que un simple gesto rutinario. Merecía que cada instante de este día le recordara cuánto la deseo, cuánto la he esperado.
—Alice —dije, interrumpiendo su conversación con un cliente antes de que pudiera replicar—. Cancela todas  mis reuniones hoy.  Y esta noche… no te comprometas. Tenemos algo… más importante.
Ella abrió los labios para protestar, y tuve que mirarla con la firmeza suficiente para que entendiera que no habría discusión. “No es negociable”, pensé. Y salió de mi oficina antes de que pudiera responderle nada.
Un leve brillo de frustración cruzó por sus ojos verdes, pero tambi