Había pasado un mes desde que Alice se marchó. Un mes que solo la veia a traves de las redes.
Un mes de terapia, papeles de adopción, silencio… y de noches en las que mi mente viajaba inevitablemente hacia ella.
Boston.
Ella siempre volvía a Boston.
Yo no pensé volver tan pronto. Pero la vida tiene un extraño sentido del humor, uno cruel.
La compra definitiva de la galería necesitaba mi firma presencial. Era un asunto de una mañana, nada más.
O eso creí.
Cuando entré, el olor a óleo fresco y madera antigua me golpeó en el pecho como un recuerdo vivo.
Y entonces la vi.
Alice.
Con su cabello suelto, con esa luz que siempre ha tenido incluso cuando intenta ocultarla.
Y a su lado… él.
Lucien.
Reían. Demasiado cerca.
Demasiado cómodos.
Mi mandíbula se tensó, pero seguí caminando como si nada. Alice me vio primero y se quedó inmóvil. Lucien volteó después, con esa sonrisa arrogante de quien cree conquistar todo lo que toca.
—¡Carter! —exclamó—. Mi amigo, cuánto tiempo sin saber de ti.
Me te