El edificio del juzgado quedó atrás como un monstruo gris tragándose voces, destinos y promesas rotas.
La puerta aún se cerraba detrás de mí cuando Isabelle salió con ese andar que siempre fue más cruel que elegante. Su sombra me alcanzó.
—Al fin terminó —murmuré sin mirarla—. Cuando regrese de la galeria, no quiero verte en mi penthouse.
Ella sonrió. Una sonrisa helada, afilada.
—Ese penthouse nunca será un hogar para ti —susurró—. Y mucho menos para Alice.
Me detuve. Ese veneno iba dirigido a donde dolía más.
—Isabelle, ya no puedes chantajearme, No temo—respondí—. Ni a tus amenazas. Ni a tus mentiras.
Ella inclinó la cabeza con un gesto casi teatral, como si disfrutara cada palabra.
—¿No te das cuenta, Ethan? —susurró—. Tú nunca serás feliz con Alice. No podrás. Entiendelo de una vez..
Fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres?
—A que no importa cuánto corras hacia ella, siempre habrá algo —se acercó a mi oído—. O alguien… que te lo impida.
Su perfume —uno que alguna vez había tolerado—