Isabella se aferró al abrazo con doña Victoria como si necesitara robarle algo de fuerza. El cuerpo de la mujer mayor temblaba levemente, y sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas.
—No se preocupe, doña Victoria —susurró Isabella con la voz firme, aunque el corazón le latía como un tambor desbocado—. Leonardo es un hombre robusto... inteligente. Lo vamos a encontrar, cueste lo que cueste. Perder.
Victoria la miró con los ojos empañados y asomándose con un temblor en los labios.
—Gracias, hija… gracias por no rendirte.
En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Andrés entró apresuradamente, sin aliento, con el celular en la mano. Su rostro pálido y la tensión en sus mandíbulas delataban que venía con algo importante.
Isabella se separó de Victoria de inmediato y lo miró directo a los ojos.
—¿Y bien? ¿Qué sabes?
—Solo una cosa… —contestó Andrés, sin rodeos—. Su ubicación… La última señal del celular de Leonardo fue en una zona industrial, a las afueras de la ciudad.
—¡Allí podría