El sol de la tarde se deslizaba entre las ramas de los árboles del jardín Montiel, proyectando sombras suaves sobre el sendero empedrado. Leonardo e Isabella caminaban tomados de la mano, en silencio, disfrutando del aire tibio y del simple placer de estar juntos. La tranquilidad del momento fue interrumpida por el chirrido lejano de los portones abriéndose. Ambos se detuvieron y giraron la vista justo cuando un auto blanco ingresaba lentamente a la propiedad.
Leonardo frunció el ceño. Isabella lo miró, sabiendo ya de quién se trataba. El auto se detuvo y, tras unos segundos, Permaneció sentada al volante, respirando hondo. Al ver a Leonardo e Isabella juntos, una lágrima brotó de sus ojos, pero rápidamente la secó con la palma. Era un momento que había temido y, al mismo tiempo, buscado.
Leonardo apretó levemente la mano de Isabella.
—Creo que tengo que hablar con ella —murmuró.
Isabella asintió, forzando una sonrisa que no alcanzó a sus ojos.
—Sí, lo sé. Además, ella... ella esperab