El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando Leonardo abrió los ojos con lentitud. La brisa matutina acariciaba el rostro de Isabella, quien aún dormía con una expresión de paz que le erizaba la piel. Leonardo se incorporó con cuidado, procurando no despertarla. Se levantó con sigilo y entró al baño, cerrando la puerta tras de sí.
La ducha tibia relajó sus músculos. Mientras el agua corría por su espalda, sus pensamientos divagaban entre el presente y los recuerdos de la noche anterior. Se sentía pleno, como si una nueva etapa estuviera comenzando. Al salir, tomó una toalla y secó el cabello con movimientos lentos.
Isabella se quitó entre las sábanas y abrió los ojos lentamente. Al ver que Leonardo ya estaba listo, preguntó con voz suave:
—¿Vas a la empresa?
—Sí, amor —respondió Leonardo mientras se ponía el pantalón.
Isabella se levantó, se colocó la bata de satén y se acercó a él para ayudarlo a ponerse la camisa. Sus dedos abotonaban uno a uno los mientras botones sus miradas