Leonardo y Andrés seguían conversando sobre los pendientes de la empresa cuando la secretaria interrumpió discretamente con un leve golpeteo en la puerta entreabierta.
—Señor Montiel, disculpe que lo interrumpa, pero hay alguien que quiere hablar con usted —dijo ella con voz respetuosa.
Leonardo levantó la vista del informe que estaba leyendo y frunció el ceño. Andrés también dejó lo que estaba haciendo y lo miró con curiosidad.
—¿Quién es? —preguntó Leonardo, reclinándose en su silla, presintiendo que la respuesta no le agradaría.
—El señor Santamaría —respondió la secretaría.
Leonardo se llevó las manos al rostro. Cerró los ojos por un instante, como si el solo nombre lo hubiera herido profundamente. Andrés lo observó y sugirió:
—Es mejor que hables con él de una vez por todas.
—No... Andrés, no quiero verlo —dijo con voz temblorosa—. Mi madre sufrió mucho por su culpa, y ahora pretendo que yo lo acepte como mi padre. ¡Jamás! Lo odio, Andrés.
Andrés puso una mano en su hombro y habl