Andrés entró al edificio de la empresa Montiel con paso decidido, saludando con una leve inclinación de cabeza a los empleados que se cruzaban en su camino. Vestía con elegancia, como de costumbre, con un traje azul marino perfectamente planchado, zapatos pulidos y una expresión en el rostro que mezclaba serenidad con atención. Subió al ascensor y observará su reflejo en las puertas metálicas, acomodándose el nudo de la corbata. El leve murmullo de las conversaciones viejas, el sonido del ascensor subiendo piso a piso y la música ambiental creaban un entorno corporativo impecable.
Al llegar al piso de dirección, caminó por el pasillo alfombrado y se detuvo frente al escritorio de la secretaría de Leonardo.
—Buenos días —dijo con una sonrisa amable.
—Buenos días, señor Andrés —respondió la joven con respeto—. El señor Leonardo está en su oficina.
Andrés ascendiendo, dio un par de golpescitos a la puerta y, sin esperar respuesta, entró. Al abrir, lo recibió un ambiente pesado, casi dens