La luz de la mañana se colaba con suavidad por las cortinas del dormitorio, iluminando el rostro de Leonardo mientras permanecía acostado, mirando el techo con la mirada fija. Tenía el ceño fruncido, sus pensamientos lo asfixiaban desde el amanecer. Las imágenes del pasado reciente, las palabras de Santamaría, el rostro de Valeria en el club... todo se mezclaba en su mente como una tormenta sin fin.—Tengo que acabar con esto —murmuró para sí mismo, sentándose al borde de la cama.Se levantó con determinación y fue directo al baño. Abró la ducha y dejó que el agua caliente corriera sobre su cuerpo, relajando sus músculos pero sin calmar su mente. "Tengo que enfrentarme a ese hombre, hacer que nos deje en paz de una vez por todas", pensaba mientras se enjabonaba el rostro. El nombre de Santamaría lo consumía como una herida abierta que nunca terminaba de sanar.Minutos después, salió del baño con una toalla alrededor de la cintura, se vistió con ropa elegante pero sobria y salió de la
La mañana se alzaba con un cielo plomizo, pesado, como si el mundo supiera que algo no andaba bien. Leonardo conducía sin prisa, con el ceño fruncido y los ojos fijos en la carretera. El llamado de Valeria seguía resonando en su cabeza: “Estoy en el hospital… Ven, te necesito” . No había explicado más, pero su tono había sido lo suficientemente dramático para inquietarlo.Aparcó frente a la entrada principal del hospital y descendió de su auto con pasos decididos. Al ingresar, el olor a desinfectante lo tocará como un recordatorio de la fragilidad humana. Se dirigió directamente al mostrador de enfermería.—Buenos días. ¿Se encuentra Valeria Suárez?La enfermera levantó la vista y tecleó con rapidez.—Sí, señor. Está en la habitación 214. Puede pasar a verla.Leonardo agradeció con un leve movimiento de cabeza y se dirigió por el pasillo, sus pasos resonando en la fría losa. Al llegar frente a la puerta, dudó unos segundos antes de girar el picaporte. Al entrar, la vio.Valeria estaba
Leonardo estacionó el auto frente a la casa de Valeria. El cielo estaba encapotado, y una brisa suave agitaba las hojas de los árboles que bordeaban la acera. Bajó del auto con rapidez, rodeó el capó y abrió la puerta del acompañante. Valeria lo miró con una expresión cansada, aunque sus ojos brillaban con una chispa que no era del todo inocente.—Ven, vamos —dijo Leonardo, extendiéndole la mano.—Gracias, Leo —respondió ella con una sonrisa leve, casi dulce.Leonardo le rodeó los hombros con cuidado mientras la ayudaba a bajar. Caminaban lentamente hacia la entrada de la casa. La fachada era elegante, de columnas blancas y jardineras bien cuidadas, pero en ese momento todo parecía más frío de lo habitual.Al cruzar la puerta, una mujer de uniforme salió al encuentro.—Buenos días, señorita Valeria.—Buenos días. —Llévame un jugo a mi habitación —ordenó con voz suave pero firme.—Sí, señora.Leonardo la ayudó a subir las escaleras. El ambiente en la casa era silencioso, apenas interru
Isabella permaneció en silencio tras colgar la llamada con Leonardo. El teléfono aún reposaba en su mano, pero su mirada se había perdido entre las sombras de su departamento. Aquel tono en la voz de él, esa ligera pausa antes de contestar, el suspiro casi imperceptible... No era necesario ser experto para entender que algo andaba mal. Cerró los ojos con fuerza, intentando alejar el pensamiento que comenzaba a formarse en su mente como una espina punzante.La voz cálida y preocupada de la nana interrumpió sus cavilaciones.—¿Sucede algo, mi niña? —preguntó con dulzura, mientras se acercaba con una taza de té entre las manos.Isabella levantó la mirada lentamente. La expresión en su rostro era una mezcla de tristeza, resignación y, sobre todo, decepción.—Leonardo está con Valeria —dijo en un susurro—. Y no está en la oficina como había dicho.La nana, una mujer de cabello gris recogido en un moño impecable, se sentó a su lado en el sofá. Tomó la mano de Isabella con ternura y le acari
El portón de la casa de Valeria se cerró tras él con un sonido metálico que pareció marcar el fin de un capítulo que no terminaba de cerrar. Leonardo apretó los labios mientras se acomodaba en el asiento del conductor, ajustando el cinturón con un movimiento brusco. Su pecho subía y bajaba lentamente, como si intentara controlar una tormenta que crecía en su interior.Encendió el motor. El rugido suave de su auto de último modelo rompió el silencio matutino de aquella calle residencial. La ciudad ya comenzaba a despertarse: el bullicio de los autos, las bocinas a lo lejos, el murmullo de la gente que caminaba deprisa por las aceras, pero para él, el mundo parecía detenido.Colocó las manos al volante, pero antes de moverse, dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos unos segundos. Su respiración se hizo pesada. Su mente era un torbellino.—¿Qué voy a hacer con Valeria? —murmuró, la voz ronca, cargada de una frustración que apenas podía disimular.La imagen de Valeria recostada
Andrés entró al edificio de la empresa Montiel con paso decidido, saludando con una leve inclinación de cabeza a los empleados que se cruzaban en su camino. Vestía con elegancia, como de costumbre, con un traje azul marino perfectamente planchado, zapatos pulidos y una expresión en el rostro que mezclaba serenidad con atención. Subió al ascensor y observará su reflejo en las puertas metálicas, acomodándose el nudo de la corbata. El leve murmullo de las conversaciones viejas, el sonido del ascensor subiendo piso a piso y la música ambiental creaban un entorno corporativo impecable.Al llegar al piso de dirección, caminó por el pasillo alfombrado y se detuvo frente al escritorio de la secretaría de Leonardo.—Buenos días —dijo con una sonrisa amable.—Buenos días, señor Andrés —respondió la joven con respeto—. El señor Leonardo está en su oficina.Andrés ascendiendo, dio un par de golpescitos a la puerta y, sin esperar respuesta, entró. Al abrir, lo recibió un ambiente pesado, casi dens
El silencio dominaba la elegante casa de Valeria. Las cortinas semitransparentes dejaban pasar la luz tenue del mediodía, mientras una brisa ligera jugaba con los pliegues de la tela. Sentada en el centro de su cama, con las piernas cruzadas y un batón de satén color marfil, Valeria observaba la puerta cerrada con los ojos entrecerrados. Su expresión era una mezcla de frustración, orgullo herido y una pizca de satisfacción perversa.Leonardo se había marchado sin mirar atrás. La había dejado sola, a pesar de que estaba embarazada de su hijo. Eso, para Valeria, era imperdonable. No porque esperara amor o compasión, sino porque había esperado control, devoción, al menos una muestra de que aún podía dominarlo. Pero no, Leonardo se había marchado, tan digno como siempre, tan recto, tan... enamorado de Isabella. Y eso la consumía.Tomó su teléfono con movimientos lentos pero seguros. Deslizó la pantalla, buscó entre sus contactos y seleccionó el nombre que necesitaba. Santamaría. Su dedo p
La tarde caía lentamente sobre la mansión Colmenares. El sol se filtraba entre los ventanales del salón principal, dibujando haces dorados sobre la alfombra de tonos crema. El leve aroma del té de jazmín llenaba el ambiente, mezclado con el delicado perfume de las flores frescas que doña Rosa había mandado colocar esa mañana. Isabella, sentada entre sus padres, sostenía con ambas manos una taza de porcelana mientras su mirada se perdía en el vapor que ascendía en espirales.—Creo que iré a mi habitación a descansar un poco —dijo en voz baja, rompiendo el silencio que reinaba tras una larga conversación.Don Samuel levantó la vista del periódico que leía y asomaba con la cabeza.—Vaya, hija. —Si necesitas algo, aquí estamos —dijo con ternura.—Gracias, papá.Doña Rosa sonrojándose con dulzura.—Te vendrá bien un poco de tranquilidad, mi amor.Isabella esbozó una leve sonrisa, agradecida, y se levantó con lentitud. Su vestido claro ondeaba suavemente con cada paso al subir las escaleras