La luz de la mañana se colaba con suavidad por las cortinas del dormitorio, iluminando el rostro de Leonardo mientras permanecía acostado, mirando el techo con la mirada fija. Tenía el ceño fruncido, sus pensamientos lo asfixiaban desde el amanecer. Las imágenes del pasado reciente, las palabras de Santamaría, el rostro de Valeria en el club... todo se mezclaba en su mente como una tormenta sin fin.
—Tengo que acabar con esto —murmuró para sí mismo, sentándose al borde de la cama.
Se levantó con determinación y fue directo al baño. Abró la ducha y dejó que el agua caliente corriera sobre su cuerpo, relajando sus músculos pero sin calmar su mente. "Tengo que enfrentarme a ese hombre, hacer que nos deje en paz de una vez por todas", pensaba mientras se enjabonaba el rostro. El nombre de Santamaría lo consumía como una herida abierta que nunca terminaba de sanar.
Minutos después, salió del baño con una toalla alrededor de la cintura, se vistió con ropa elegante pero sobria y salió de la