El sol apenas se asomaba entre los edificios cuando Leonardo se despertó. Isabella seguía dormida a su lado, con el rostro sereno y el cabello esparcido sobre la almohada. Se quedó mirándola un instante, acarició su mejilla con suavidad y luego se levantó con cautela para no despertarla. Después de una ducha rápida, se vistió con un pantalón de vestir gris oscuro y una camisa blanca sin corbata. Miró su reflejo en el espejo, tomó las llaves del auto y salió de la habitación.
En el pasillo, la nana Carmen ya estaba despierta.
—Buenos días, joven Leonardo —dijo con una sonrisa cálida.
—Buenos días, nana —respondió él, deteniéndose un momento—. ¿Isabella sigue dormida?
—Sí, todavía. Estaba muy cansada anoche.
—Déjela dormir un poco más. Yo tengo un asunto que resolver.
—¿Va a desayunar?
—No, gracias. Tengo prisa.
—Dios me lo bendiga y me lo guarde, joven Leonardo.
—Amén, nana. —Lo necesito —respondió con una media sonrisa antes de salir del apartamento.
El cielo de la ciudad estaba trata