Leonardo, aún tomado de la mano de Isabella, la miró con una mezcla de calma y deseo. Sus ojos seguían fijos en ella, como si tratara de memorizar cada rasgo de su rostro bajo la cálida luz del recibidor.
— ¿Nos vamos? —preguntó con voz suave.
—Claro —respondió Isabella, dedicándole una sonrisa tierna—. Iré a buscar mi bolso.
Leonardo ascendió y la soltó con delicadeza. Isabella subió por la elegante escalera de la mansión, y su silueta desapareció lentamente al doblar hacia el pasillo que llevaba a su antigua habitación. Leonardo se giró hacia sus sueños.
—Buenas noches —dijo con respeto.
Don Samuel lo miró con atención.
—Te acompaña al auto, hijo.
Ambos caminaron juntos hasta el exterior. La noche estaba templada, con una ligera brisa que movía las copas de los árboles del jardín. Leonardo se recostó sobre su auto, cruzando los brazos y hundiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Quiero pedirte un favor —dijo don Samuel, pausado pero firme.
Leonardo lo miró con respeto.
—S