El sol apenas se asomaba entre los edificios cuando Leonardo se despertó. Isabella seguía dormida a su lado, con el rostro sereno y el cabello esparcido sobre la almohada. Se quedó mirándola un instante, acarició su mejilla con suavidad y luego se levantó con cautela para no despertarla. Después de una ducha rápida, se vistió con un pantalón de vestir gris oscuro y una camisa blanca sin corbata. Miró su reflejo en el espejo, tomó las llaves del auto y salió de la habitación.En el pasillo, la nana Carmen ya estaba despierta.—Buenos días, joven Leonardo —dijo con una sonrisa cálida.—Buenos días, nana —respondió él, deteniéndose un momento—. ¿Isabella sigue dormida?—Sí, todavía. Estaba muy cansada anoche.—Déjela dormir un poco más. Yo tengo un asunto que resolver.—¿Va a desayunar?—No, gracias. Tengo prisa.—Dios me lo bendiga y me lo guarde, joven Leonardo.—Amén, nana. —Lo necesito —respondió con una media sonrisa antes de salir del apartamento.El cielo de la ciudad estaba trata
La lluvia comenzaba a caer con suavidad sobre la ciudad, como si el cielo supiera que algo oscuro se cernía sobre los Montiel. Isabella conducía con el corazón acelerado, los dedos tensos en el volante, la vista fija en el camino. Aquel silencio de la mañana había sido un presagio, una señal de que algo no estaba bien. Leonardo no había aparecido en la oficina, no había llamado y su celular seguía apagado. El miedo comenzaba a calarle los huesos.—Tiene que estar con ella —susurró Isabella, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerse. —Tienes que estar con Valeria...Con esa idea la llevó hasta la casa de Valeria. Al llegar, estacionó frente al portón de hierro forjado. Se bajó con prisa y llamó al timbre. A los pocos segundos, una sirvienta abrió la puerta.—Buenas tardes —dijo Isabella, empapada por la lluvia.—Buenas tardes, señorita, ¿puedo ayudarla?—Estoy buscando a Valeria. Es urgente.Desde el fondo de la casa, Valeria sorbía una taza de café. Escuchó el timbre y frunci
Isabella se aferró al abrazo con doña Victoria como si necesitara robarle algo de fuerza. El cuerpo de la mujer mayor temblaba levemente, y sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas.—No se preocupe, doña Victoria —susurró Isabella con la voz firme, aunque el corazón le latía como un tambor desbocado—. Leonardo es un hombre robusto... inteligente. Lo vamos a encontrar, cueste lo que cueste. Perder.Victoria la miró con los ojos empañados y asomándose con un temblor en los labios.—Gracias, hija… gracias por no rendirte.En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Andrés entró apresuradamente, sin aliento, con el celular en la mano. Su rostro pálido y la tensión en sus mandíbulas delataban que venía con algo importante.Isabella se separó de Victoria de inmediato y lo miró directo a los ojos.—¿Y bien? ¿Qué sabes?—Solo una cosa… —contestó Andrés, sin rodeos—. Su ubicación… La última señal del celular de Leonardo fue en una zona industrial, a las afueras de la ciudad.—¡Allí podría
El aire estaba cargado de humedad y resentimiento dentro del almacén abandonado. Las paredes descascaradas y el olor a óxido impregnaban el lugar con una atmósfera asfixiante. Isabella, atada de manos, miraba con odio contenido a Santamaría, quien se paseaba frente a ella con una tranquilidad perturbadora.—¿Por qué nos haces esto? —preguntó ella con la voz cargada de rabia y desconsuelo—. ¿Por qué tanto odio?Santamaría se detuvo. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Isabella con una intensidad enfermiza. Luego, dio un paso hacia ella, cargando la cabeza como si analizara a un insecto al que está a punto de aplastar.— ¿Qué sabes tú de odio, niña consentida? —espetó con desprecio—. Ha sido criada entre algodones, rodeada de privilegios. Nunca supiste lo que era el rechazo... el dolor de ser ignorado por la mujer que amas.Isabella presionó los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas. Pero no bajó la mirada.—Nada de eso te da derecho a hacernos daño. ¡A nadie! Aún estás
Victoria caminaba de un lado a otro en la sala, con el teléfono apretado entre sus dedos temblorosos. Su respiración era rápida, errática. Las palabras de Santamaría, aunque breves, le habían helado la sangre. Sentía que el tiempo corría en su contra y que cada segundo de inacción podía significar la muerte de sus hijos.—Tengo que hacer algo... —murmuró, deteniéndose en seco. Miró a su alrededor, desesperada—. Solo no puedo. No esta vez. Todos están en peligro. Santamaría es capaz de todo. No... no puede matar a Leonardo. No puede.Con manos temblorosas, tomó nuevamente su teléfono y buscó un contacto en particular. Marco. Uno, dos tonos, y finalmente la voz grave de don Samuel contestó al otro lado.—¡Aló!—Samuel... Hola, disculpa que te llame a esta hora.—Victoria, ¿qué pasa?Ella respiró profundamente, pero su voz se quebró al hablar.—Nuestros hijos... han sido secuestrados. Santamaría los tiene. Isabel, Leonardo... todos.Un silencio sepulcral se hizo presente por unos segundo
"Alianza Prohibida" Leonardo MontielTrabaja en la empresa familiar Montiel Corporation, una de las más influyentes en el sector de la construcción y bienes raíces.Es inteligente, reservado y analítico. Siempre busca soluciones prácticas, aunque su carácter puede ser frío y distante debido a la presión que ha cargado desde joven para ser el heredero de la empresa. Él está acostumbrado a la competencia feroz y tiene un sentido del deber muy marcado hacia su familia.Aunque respeta profundamente a Don Mario, la relación con él es tensa. Su padre ha sido duro y exigente, y Leonardo siempre ha sentido que tiene que demostrarle su valía.La oficina está silenciosa, solo se escucha el ligero zumbido de la computadora de Leonardo, quien revisa con detenimiento algunos documentos financieros. La puerta se abre con firmeza, y Don Mario entra con paso decidido.----Leonardo, ¿has revisado los informes de la reunión con los inversores?----Sí, los revisé esta mañana. Estamos en una posición
En la oficina de don Mario Montiel, los asesores financieros están terminando de exponer los graves problemas que enfrenta su empresa. Don Mario escucha en silencio, su mirada fija en los papeles que muestran la inminente quiebra. Sabe que tiene pocas opciones, y aunque detesta la idea, decide llamar a su rival, don Samuel Colmenares, para una reunión.Don Mario (marcando el número en su teléfono):—Colmenares... necesito hablar contigo. Es urgente, sobre nuestras empresas. Nos vemos en mi oficina mañana.En la oficina de Don Mario, al día siguienteDon Samuel entra en la sala de juntas, con una mirada de desconfianza. Ambos hombres tienen años de rivalidad, y cada uno ha luchado por dominar el mercado. Pero esta vez, Don Mario sabe que deben poner sus diferencias a un lado.Don Samuel (mientras toma asiento):—Nunca pensé que vería el día en que me llamaras para hablar de negocios. ¿Qué tan grave es la situación, Montiel?Don Mario (serio):—Grave. Ambas empresas están al borde de la
Don Samuel llega a su casa después de la tensa reunión con Don Mario. Su mente está llena de pensamientos, sabiendo que la conversación con su esposa y su hija será difícil. Aunque Isabella aún no conoce a Leonardo, el matrimonio arreglado parece ser la única solución para salvar la empresa. Don Samuel entra al salón y encuentra a su esposa, Doña Rosa, y a su hija, Isabella, sentadas en el sofá. Ambas levantan la vista cuando lo ven entrar con una expresión preocupada. Doña Rosa(preocupada): —Samuel, ¿qué sucede? Te ves alterado. Don Samuel (tomando asiento, suspirando): —La situación es más grave de lo que pensábamos, Carmen. Si no hacemos algo pronto, perderemos todo lo que hemos construido. La empresa está al borde de la quiebra. Isabella (frunciendo el ceño): —¿Qué quieres decir, papá? ¿Qué está pasando con la empresa? Don Samuel (mirando a su hija con gravedad): —Hoy me reuní con Don Mario Montiel... nuestro principal rival. La situación de su empresa es igual de mala.