Los pasillos del hospital estaban envueltos en un silencio apenas interrumpido por el suave pitido de las máquinas de monitoreo. Santamaría caminaba con paso firme, pero con el rostro marcado por la tensión. Sus ojos, oscuros y hundidos, reflejaban una mezcla de preocupación y culpa que lo acompañaba desde la noche anterior.
Se detuvo frente al área de información y se dirigió a una de las enfermeras con voz grave.
—Disculpe… ¿Podría decirme cómo sigue el señor Leonardo Montiel?
La enfermera, joven y amable, lo miró con curiosidad, hojeando rápidamente una carpeta electrónica.
—Leonardo está estable. Todavía bajo observación, pero responde bien al tratamiento. Sufrió algunas contusiones y golpes, pero no hay daños internos de gravedad. Estuvo sedado, pero en cualquier momento lo trasladarán a una habitación —explicó con serenidad.
Santamaría avanzaba lentamente, pero su mente apenas procesaba las palabras. Sentía un nudo en el estómago. Su respiración se agitó brevemente cuando, al gi